Buenos días señores:
Lo cierto es que no soy muy dado a andar contando nada por aquí, pero es que esta vez me apetece.
Resulta que me he quedado unos días de “rodríguez” y ante aquello de no saber muy bien qué hacer me marché al campo. Era el último día de temporada y por cuestiones varias no había pisado el campo desde octubre. No tenía intención de hacer nada pero ya sabéis que cuando el diablo no tiene qué hacer mata moscas con el rabo…. Pues comí rápido y eché los chismes al coche.
En principio me subí a la sierra y vi algún que otro bicho pero nada que quisiera tirar. Al rato, y dadas las pocas perspectivas de ver caza que tenía, me cambié de sitio. Me bajé a los valles y me puse a hacer un rececho por unos barrancos que siempre recompensan. Al poco tiempo ya había visto una pelota de reses, eran ciervas con gabatas, por lo que las dejé tranquilas y me senté a darle uso a los prismáticos.
Estaba absorto en mis historias cuando me acordé que estaba sin carne de caza; una tormenta disparó el diferencial del arcón congelador y ya os podéis imaginar el resultado… Las ciervas habían recuperado toda mi atención.
Seguían tranquilamente a unos 500m de mi posición, el aire lo tenía bien y la entrada me parecía rápida y sencilla. Además, al sitio para poder sacar al animal se llegaba con el coche. Aproveché la ocasión y me acerqué hasta un pequeño balconcito que según los prismáticos me dejaba a 230m de las reses. No me habían detectado por lo que me tomé mi tiempo en colocarme. Me quité la mochila y la usé para apoyarme, el Harris en esta ocasión me quedaba demasiado alto. Ajusté la torreta balística y me encaré, la situación era perfecta por lo que no había excusas. Busqué la escápula y le puse la cruz por delante para no fastidiar las paletillas. Quité el seguro y cuando estuve cómodo dejé que se escapara el tiro. El ZAP de la bala haciendo chicha había sido muy claro y el desplome del animal casi instantáneo. El resto de la pelota ya corría barranco arriba buscando el refugio del monte.
Poco más hacía allí, así que me incorporé y me fui a por el coche. Llegamos hasta el bicho y lo subimos a la caja. Ya en casa lo pelamos y troceamos tranquilamente. Jamones, paletillas y lomos al arcón para futuras comidas. Sin embargo, los solomillos se venían conmigo.
Algo más de 24 horas del lance, ya estaba liado con los solomillines. Una receta muy sencilla de aceite y pimienta negra, fuego fuerte para sellar y al plato junto a unas patatas fritas.
Una botella de Ribera y la carne con un buen amigo hicieron el resto de la noche. El resultado, inmejorable.
Como conclusión os diré que he disfrutado más con este lance que con otros muchos a trofeos.
Un saludo.