Dice Francisco León, escritor y cazador recientemente desaparecido, que los diarios de caza "son como cartas que nos escribimos al pasado, una correspondencia dirigida hacia un tiempo inexistente", y muestra su decepción y desencanto cuando al preguntar a sus amigos cazadores si llevan un diario de caza obtiene una respuesta negativa. Esto de llevar un diario de caza no es algo nuevo, ya nuestros predecesores del paleolítico dejaron muestra gráfica de sus andanzas cinegéticas en las paredes de Altamira para admiración de los que quieran saber interpretar las escenas sorprendentes del hombre tras la caza. Desde entonces podemos seguir al detalle la caza a lo largo de los siglos, empezando por el "Libro de las Horas" de los Reyes monteros, los Alfonso X y XI, hasta las cartas de Isabel de Farnesio a su hijo Carlos III contándole como le fué la jornada en El Pardo o Riofrío. Diarios de caza han llevado después Carlos IV, Alfonso XII y Alfonso XIII, y, en el caso de Alfonso XII, diario recientemente descubierto en el Palacio Real de Madrid, con anotaciones de apresurada letra al margen de la fría estadística de las piezas abatidas, poniendo en evidencia a un esposo enamorado suspirando juvenilmente por el amor perdido
"Dónde vas Alfonso XII/
dónde vas, triste de tí/
voy en busca de Mercedes/
que ayer tarde no la ví..."/
a un joven monarca viudo que encuentra la paz de espíritu persiguiendo patirrojas con la escopeta en la mano...
Casi todos los grandes cazadores que conozco han llevado al día sus diarios de caza, utilizándolos en mayoría de ocasiones como semillero de magníficos libros de caza. Miguel Delibes, Alfonso de Urquijo, El Conde de Yébes, Ricardo Menem, El Conde de Romanones, El Marqués de Laula, Toni Sánchez Ariño y un largo etcétera, con la caza viva por encima de los episodios más cruentos en un rosario de cartas de amor escritas a ellos mismos...
Quizás la mejor definición de un diario de caza y con la que definitiva y románticamente me quedo, es la que hizo con su habitual maestría Francisco León "El Zurupeto de Pedrosillo", cuando dijo que llevar un diario de caza acerca de las piezas cazadas "es una manera de devolverles la vida: es el mejor homenaje que podemos prestar a aquellos que hicieron posible la aventura de atraparlos. En cierto grado, resulta algo así como regalarles la inmortalidad. En nuestro diario, la pieza vuelve a saltar, en su humildad o en su grandeza, y reconstruye la escena del lance cada vez que regresamos a ella..."
Aunque llevar un Diario de Caza, como ya hizo patente Don Alfonso XII, es, no solamente anotar y registrar las piezas cobradas, en una fría estadística que desembocaría inexorablemente en un libro inventario, también inexorablemente insípido y aburrido; llevar un Diario de Caza es revivir de nuevo los lances tras la caza cuando relees sus líneas; es percibir de nuevo el aroma del rastrojo por la mañana temprano; es sentir de nuevo sobre el rostro el cierzo aquél que azotaba la mambla cuando subías apenas asomaba el sol, en busca de los conejos; llevar un Diario de Caza es hundirte de nuevo sobre el tierno suelo blando por el agua de toda la noche; llevar un Diario de Caza es bajar otra vez del coche y tocar con tus botas el suelo reseco de Agosto junto al viejo puesto a tórtolas visitado año tras año; llevar un Diario de Caza es acelerarse el pulso otra vez, ante la liebre que sale de najas ante los cañones de tu escopeta o volver a encararla precipitadamente ante el inesperado vuelo de una perdiz al alba; releer las líneas de un diario de caza es oir otra vez los latidos de los perros apretando a una piara de guarros en lo más espeso de un arroyo serrano y las voces destempladas de los perreros animando a su rehala a triscar por la mancha más frondosa; llevar un diario de caza, en definitiva , es darle en una página el papel protagonista a la pieza que se persigue, dejando en un segundo plano todo lo demás, para, en el siguiente lance, reflejar en las páginas correspondientes, que lo más importante fué la compañía y su particular manera de conducirse, anotando solamente de pasada las piezas cobradas. De la misma forma, otras veces, lo más importante es el teatro de operaciones en el que se ha desarrollado la jornada, el cuartel sobre el que se ha meneado la caza, el lugar en el que se ha trajinado todo el día, que puede estar lleno de historias de grandes cacerías de antaño, o de personajes y sus dichos, o de acontecimientos históricos, o de legendarias correrías de los bandoleros, o de vivencias emocionantes de viejos amigos, o de nimias anécdotas personales... Diarios de Caza, siempre sorprendentes... y siempre releídos con gusto y deleite...
Cuentan las crónicas que San Luis, Rey de Francia, hijo de Doña Blanca de Castilla, al sitiar Constantinopla en la VII Cruzada, llevaba en la mano diestra un halcón blanco, su preferido para la cetrería. En un descuido, el halcón voló traspasando las murallas de la ciudad sitiada, en donde fué capturado inmediatamente. Abatido, el Rey ofreció mil dinares de oro por su devolución, para lo cual aprestó una brillante delegación, siendo éste el principio de las negociaciones para la entrega de la ciudad sin derramamiento de sangre. Todo lo cual lo sabemos por su Diario de Caza. El Rey de Francia, que hacía la guerra al Islam y cazaba a la vez...
(Diario de Caza, Sábado 20 de Junio de 1.998, día de San Onofre, que es un santo que tiene una capilla en la Plaza Nueva de Sevilla, y muy pocos sevillanos lo saben.)
Salvador Roldán "Salvagiralda"