CABRONAZO
Ya sé que el título no es muy adecuado, pero según vayáis leyendo, comprobaréis que está más que justificado. Podría contar muchas mas cosas del protagonista, pero solo contaré unas cuantas para no hacer muy extensa la historia.
Allá a finales de los 70, servidor tenía novia, como casi todos los muchachos de aquellos años, hoy la cosa ha cambiado mucho, no diré si para bien o para mal para no suscitar discusiones, pues no viene al caso. Bien, hacía varios años que por no tener polémica, había sido el padrino del hermano de la que después sería mi novia. El niño, como hijo tardío que vino por sorpresa y teniendo dos hermanas mayores con mucha diferencia de edad, y además siendo varón, estaba muy consentido y mimado por padres y hermanas, y solo había uno al que respetaba… al padrino.
Cuando hacía alguna travesura, que las hacía día sí y día también, lo amenazaban con que me lo contarían a mi cuando fuera el fin de semana, y que yo le ajustaría las cuentas… y así era. A veces se quedada sin ir al cine a ver alguna película infantil, o alguna otra cosa que le hiciera pensar en sus travesuras. Así que me tocaba a mí, ser siempre el malo.
Al nene, como a todos los nenes, se le antojó un perro, y mira por donde, el jefe de mi novia había encontrado un cachorro por la calle, el cual acogió para ver si alguien lo quería, y sin más, mi novia se lo llevó para su consentido hermano. Ya habíamos tenido palabras al respecto, de que un perro no es un juguete…etc., pero nada, los caprichos del nene eran órdenes para padres e hijas, y lo sigue siendo a pesar de ser ya… ¿¿maduro??.
Aquel chucho, tenía mucho de podenco mediano el color y la estampa así lo delataba, y algo de vete a saber qué, tal vez galgo, incluso yo pensaba que era un garabito como el de la canción. Pero yo le vi hechuras y maneras para el campo, ya que veía pasar un pájaro volando, y se le iban las patas, al igual que tras las gallinas de mi suegra, que más de una mató y sus buenas palizas se llevó, una al menos inmerecida, pero esa es otra historia. Pero ni por esas cambiaba, era de piñón fijo el can. Mi novia y su hermana lo llamaron Mini, como si fuera un gato, y este respondía a sus llamadas porque sabía que le convenía ir porque algo caía, no por otra cosa.
Con ocho o nueve meses lo llevé de caza a ver por donde respiraba, y sin duda la sangre podenca le podía, pero por más que lo intenté durante una temporada, no pude hacer carrera de él, tal vez por mi inexperiencia en aquellos años, o porque el perrete tenía ideas propias. Más bien fue un conjunto de ambas cosas. También podía llevar otros canes de amigos, que cazaban solo con bajarlos del coche, y esa facilidad también pesó en olvidarme de aquel chucho para la caza.
Como los que lo tenían a diario no sabían educarlo, el perro iba donde quería a las horas que quería, y se estaba convirtiendo en un gamberrete de cuidado. Cierta vez, llegamos a casa la familia en pleno, y al entrar al salón, vimos un espectáculo de película. El salón estaba absolutamente lleno de plumas, y tres fundas de cojines yacían muertas sobre las plumas. El tipo se había divertido a base de bien.
Primer arranque de mi suegra, a ver donde está y brearlo a palos, el niño estalló en risas que yo corté al ponerme un dedo en la boca en señal de silencio, puse paz, y les expliqué como piensa un perro, y que me dejaran a mi hacer sino querían tener un destroza cojines de por vida. Lo busqué, y estaba debajo de la cama del nene, en cuanto me vio, por su cara y mirada sabía que había obrado mal, y me movió el rabo suavemente, como diciendo… Hola ¿¿estas enfadado conmigo, me vas a zumbar??. No le dije nada y organicé el plan de “corrección”.
Pedí que nos sentáramos todos en el salón a hablar, y que cuando apareciera el perro, ni lo miraran ni le hablaran, y que me dejaran a mi actuar. No se quitaron las plumas, y cogí el único cojín vivo que quedaba sobre el sofá, y lo puse delante mia. Previamente, al sentarme en una silla, medí muy bien la distancia de donde ponía el cojín y como estaba mi pierna de recogida, y volví a repetirles a todos, que NO MIRARAN AL PERRO cuando hiciera acto de presencia, que seguro lo haría en cuanto se convenciera de que todo estaba normal y que no corría peligro su pellejo.
Comenzamos una conversación normal, y en verdad nos olvidamos del perro, pero no pasó ni diez minutos, que el tunante asoma la cabeza por la puerta del dormitorio, y les digo a todos que el elemento ya estaba sopesando si aparecer en el salón o no. Seguimos la conversación, y un minuto después, el animal comienza a andar paso a paso, muy lento, sin perder de vista a los que tan tranquilamente charlábamos, y que parecía ser, nada les importaba su travesura.
Pasito a pasito, muy lentamente, apareció en la puerta del salón sin dejar de mover mínimamente el rabo, nos miró a todos, nadie le miró, y muy lentamente, como a cámara super lenta, se acercó al cojín “superviviente”, que en realidad, ahora era… EL CEBO. Cuando lo tuvo a cierta distancia, no dio ni un paso más, tan solo y siguiendo a cámara super lenta, y sin perder de vista a todos los presentes, estiró su cabeza hacía el cebo muy muy lentamente, abrió muy suavemente su boca, y mimosamente, atrapó con sus dientes delanteros un pico del cojín, que era la parte que yo le había dejado para que picara mejor, y… ¡¡¡ le metí una patada de órdago en el lomo, que para eso medí muy bien la distancia ¡!!, salió corriendo como si Lucifer fuera tras él pinchándole con el tridente, sin duda fue mucho menos que la paliza que le iba a dar mi suegra, y sería mucho más efectivo, como así fue.
Días después, la familia descubrió, que si querían que el perro no entrara en algún sitio, solo tenían que poner un cojín en el suelo en su camino, y el perro se daba la vuelta varios metros antes de llegar al cojín. También las gallinas se beneficiaron de esa treta.
Otra maña del bicho, era que olía a las mujeres cuando estaban en esos…“días delicados” y las seguía, y cuando le tocaba a mi novia y nos íbamos a pasear por el pueblo, el chucho nos seguía a pocos metros detrás, esto incomodaba a mi novia, y le tiraba piedras sin conseguir que se alejara mas que lo suficiente como para que estas no le alcanzaran, eso hasta que esta se cansaba de tirarle piedras. Así que le dije que no se preocupara, que íbamos por un sitio donde “alguien” le daría un escarmiento, y se le acabaría el rollo al perro.
Y así lo hice, y nos metimos por una calle en la cual yo sabía que había una casa que tenía un pasillo por el cual siempre salía un perro medio mastín y muy peleón, con el cual había que tener cuidado. Llegamos a esa casa, pasamos por la puerta, y a poco que el perrete llegó a la altura de la puerta de la casa, salió como una bala el bruto aquel ladrando y gruñendo como un león, y persiguió al Mini a todo trapo hasta que vio que no lo podría coger, ahí es donde al chucho le valió lo poco de galgo que tenía.
Bueno asunto arreglado, pensé. Al día siguiente, otra vez detrás, vuelta a tirar por la calle del “perrogro”, y el cobarde se dio la vuelta ipsofacto en cuanto nos vio entrar en la misma, con el alivió de mi novia, que por fin teníamos un truco para librarnos del perro. ¿truco?… tururú, cuando llegamos al final de esa calle, allí estaba moviendo el rabo esperándonos. ¿¿ Que había pasado ¿?, cuando nos vio entrar en esa calle y que no nos podría seguir, salió corriendo, y dio la vuelta por varias calles hasta llegar al otro lado mucho antes de que llegáramos nosotros. Lo de los paseos lo solucionamos cogiendo por otras calles intermedias, así no sabía por cual habíamos entrado, ni donde saldríamos a parar.
Se iba al campo con mi suegro, y como solo le hacía trastadas, mi suegro le decía a gritos… ¡¡¡Cabronazooooo!!!, pero no como nombre, pero también atendió por ese “nombre” el animalito, aunque yo nunca le llamé así, aunque tuve motivos para hacerlo.
Cierta vez, se dio cuenta mi suegro que le estaban entrando ratones en la choza del campo, y cogió Lindrín de su trabajo, se lo untó a un queso, y… "van a vé lo hijo put.s ezo, la van a parmá to".
Era media tarde, y veo entrar al perro por el corral de la casa, venía cayéndose. Salgo corriendo, y le veo la mirada perdida, totalmente flojo, con un soplo de vida. Lo cojo con mucho trabajo, ya que al estar
lacio, se me escurría entre los brazos, lo llevo al garaje de la casa, cogí una manta vieja que allí había y lo puse encima. Me miraba, pero se iba, se iba, esa era su mirada, no sabía qué hacer, ni sabía lo que le pasaba. Menos mal que llega mi suegro, y me dice que seguro se había comido el queso con el Lindrín que tenía en la choza, y que si era así… estaba listo.
Me fui derecho a la cocina, cogí una botella de aceite de oliva y un embudo, le metí el embudo entre los dientes, y le volqué todo el contenido de la botella. No vomitaba y no sabía que otra cosa hacer, hasta que recordé una historia pasada. Salí corriendo al bar y pedí una tónica, volví a la casa, cogí bicarbonato que mi suegro usaba casi a diario, eché la tónica en un vaso, le eche dos cucharadas de bicarbonato, aquello salió para arriba, y con el embudo, al gaznate del perro. Mi suegro… "que está muerto, que el Lindrín no perdona". Yo no quería ni mirarlo, ¿? como se le ocurriço echar una sustancia que entonces ya estaba prohibida, donde a diario está un perro, e incluso otras personas??. El perro vomitó, vomitó mucho, tanto que daba arcadas en vacío, y se quedó dormido, ahora estaba en manos de Dios. Al día siguiente se levantó tambaleante, y poco a poco se rehizo, hasta que en pocos días era el mismo de siempre. ¡¡ Cabronazoooo, como tas librao jodío ¡!, era lo único que le decía mi suegro al mirarlo.
En otra ocasión, llegando la noche, estaba mi suegro en la taberna de la carretera, cuando se oyó un frenazo y un impacto, el conductor se bajó y apartó al animal, alguien le gritó a mi suegro… Fulano, han atropellao a tu perro, y mi suegro fue a verlo, y era el Cabronazo, que gemía de dolor como si no hubiera un mañana, mi suegro intentó cogerlo, y el perro al sentír el dolor, le tiró los dientes, de resultas que le rompió la correa de acero del reloj que llevaba, así que lo dejó allí y se fue para casa cabreado porque le había roto "el reloj japonés”.
Yo estaba allí, y no me decía porqué el perro le había dado un mordisco tan fuerte, hasta que le pregunto que donde está el perro, y me dice lo sucedido. Para allá que salgo, y me veo al perro gimiendo tirado junto a la acera hecho un ovillo, solo, sin nadie a su lado. Me acerco, lo miro, y le hablo, movió solo la punta del rabo, mala cosa. Intento acercarle la mano y me saca los dientes y me gruñe moviendo un poco el cuello.
Bueno, al menos la cabeza y el cuello los tiene bien, pero seguro que iba a correr la misma suerte que mi suegro, solo que mi reloj no era japonés, sino suizo… pero había que moverlo, así que guardé el reloj en el bolsillo, me quité la correa del pantalón, la misma con la que había arrastrado guarros y venados en el monte, y me puse por el lado de la boca, para que viera que no le iba a tocar el cuerpo. Le hablaba suavemente, le decía que aquello era necesario, y él me miró. No había ninguna duda, era muy listo y por su mirada, él sabía lo que iba a hacer, así que muy lentamente le puse la correa en la boca, y la apreté lo más fuerte posible, pero sin hacerle daño. En esto llega mi novia, y le digo que en cuanto cogiera al perro iba a chillar de dolor, y que tenía que evitar que se aflojara o cayera la correa de la boca, porque me daría un bocado en la cara, mano, cuello o vete a saber.
Le metí las manos bajo el cuerpo, y lo levanté poco a poco. Chillaba lo que su boca presa le permitía, pero no hizo ademán de morderme, era su forma de colaborar… sabía que lo estábamos llevando a “su casa”. A pesar de que mi suegro no quería (dinero tirado, que decía él) llamamos al veterinario, el cual, cuando lo vio. Nos dijo que tenía no sé cuantas cosas rotas, y que lo mejor era sacrificarlo, porque se quedaría tumbado para siempre, y que con mucha suerte, solo movería las patas delanteras, y que eso para un perro era estar muerto en vida. De todas formas, nos dijo que le diéramos un antiinflamatorio, y no sé que cosa para el dolor tres veces al día.
Se inició el tratamiento de inmediato, pero la noche que dio el perro mantuvo despierto a todos los vecinos del corral, así que vinieron a quejarse al día siguiente, pidiendo su sacrificio, ya que era evidente que los medicamentos no le hacían efecto, que estaba sufriendo y bla,bla,bla… en realidad el problema era que no les dejaba dormir.
Me llama mi novia y me cuenta el problema, le digo que le doble la dosis para el dolor, a ver que pasaba. Al día siguiente la llamo, y me dice que todo iba bien, que se había quejado poco, las dos hermanas hacían de enfermeras del can. Al día siguiente igual, la cosa mejoraba, así que me fui al pueblo a ver al convaleciente. Y allí estaba tumbado, con las vendas y palos que le puso el vete para inmovilizarlo, me movió el rabo con más ánimo que la última vez, bueno, parece que al menos vivirá.
Bajo a la casa, y me encuentro a mi suegro, que en cuanto me vio, me suelta… no les va a salir caro el cabronazo ese. Le digo que se explique, y me dice que le cogieron las hijas la botella de Cazalla para dárselo al perro, pero que él la quitó de en medio, y a resultas, estas cogieron una vieja botella de wisky Dic que hacía años le regalaron a él, y que se la estaban dando al perro pal dolor, y saca la botella y la veo a medias, con lo cual le preguntó que si estaba entera, y me dice a que estaba a estrenar y con el precinto, que esa porquería él ni la tocaba, ahora, que nadie le tocara ni el Terry ni el Cazalla.
Me voy otra vez a donde el perro, y viendo la cara que traía, me dice mi novia que si ya me había contado su padre lo del wisky, y que lo del dolor no le hacía nada, que sufría mucho, y que el wisky era lo único que le calmaba. Le digo que a los animales no se les puede dar alcohol, que se mueren. Y me dice que el perro llevaba ya más de media botella en dos días, y que no se había muerto, y que mira lo “tranquilito” que estaba. ¡¡Claro coño, no va estar tranquilo, lo que está es borracho!!.
Le administraban las dos hermanas el wisky con jeringuilla, a razón de media jeringuilla cada tres horas, durante todo el día, y además el antiinflamatorio. Dos botellas y media de Dic después, el perro estaba tan pancho, ya no le dolía, y le fueron retirando el pirriaque.
Dos meses después, se puso de pié, y un mes más tarde, corría como antes del accidente. Al año, tuvo que ir el veterinario a un corral vecino a ver una vaca, y cuando me vio, me preguntó por el perro, y no me dio tiempo a responderle, porque en ese instante sale el Cabronazo corriendo por el corral, y le dije… mira ahí está. El hombre no salía de su asombro, decía que porque lo estaba viendo, que si no, no se lo creería, y que le había sentado bien lo que él le había mandado. Cuando le dije que lo del dolor no le funcionó, y que eso se sustituyó por tres botellas de wisky Dic, se echó a reir porque creyó que era broma, pero días más tarde se encontró con mi suegro en un bar, y se lo confirmó, y se lo creyó, porque sabía el vete que mi suegro no era de bromas.
Les salió aquel perro muy puter., y no paraba en casa un rato buscando perras por las calles y campos, y cuando venía, era solo a comer y a dormir la siesta, de resultas, que le salió un quiste enorme que le colgaba junto a un testículo, así que lo vio el vete, y dijo que habría que operarlo. La verdad es que visualmente impresionaba verle aquello. Eso hizo que mi suegro tomara la decisión de “perder” al perro, ya que estaba junto al niño, y le podía pegar algo malo. El perro no tenía nada malo, solo que no paraba tras las perras, y eso podía traer otras cosas. Mi suegro no le dijo nada a nadie de lo que pensaba hacer.
Un domingo de otoño, estábamos en el patio esperando a que mi suegra pusiera el menudo (callos) para el almuerzo, y pasó el perro muy deprisa moviendo el rabo, iba camino de meterse bajo la cama de mi ahijado. Al rato, aparece mi suegro muy ufano, y con una sonrisa de triunfo, nos dice a los que estábamos en el patio… ¡¡ Ea, zacabó er cabronazo ¡!, nos temimos que hubiera decidido matarlo, pero siguió diciendo… "He io con er coche a por mohto a Umbrete, y lo he dejao por una finca de ayí, azín que a tomá por culo er jodio perro". Ese pueblo distaba 20 kms de donde estábamos.
Y con cara de asombro, le digo… ¿¿ Y usted se ha venido después de perderlo, o se ha entretenido por el camino ¿?. Respondió mi suegro,.. "yo lo dehjé primero, y aluego me fui a comprá er mohto, y de camino ma convidao er de la bodega a do o tre pelotazo der mohto pa probalo".
Y le respondo…”Pues el perro hace más de un cuarto de hora que pasó por aquí, ahora está bajo la cama de su hijo”. Y a las voces de su amo, se asomó el perro por la puerta meneando el rabo. La cara desencajada de mi suegro era para verla, el cachondeo que tuvo que soportar durante el almuerzo fue sangrante… era hombre de poca broma QEPD.
Ya sabíamos que el perro estaba condenado, un mes después, lo dejó perdido en un precioso pinar, en un pueblo a 50 kms de su casa… jamás volvió. Creo que no porque no hubiera sido capaz de volver, sino porque era tan listo, que se dio cuenta de que si no se quedaba allí, le podría pasar algo peor. Espero que el resto de su vida viviera mejor que con nosotros… a veces hablamos de él, yo con nostalgia. Por eso me he tomado la molestia de escribir esta historia, para rendirle un pequeño pero merecido homenaje a aquel animal, que ya por los años transcurridos, en la Gloria estará.
Podría contar mas cosas del animal aquel, pero ccon esas ya habréis tenido bastante.