Llanto de un cazador por su compañero muerto

Llanto de un cazador por su compañero muerto
«Un buen perro proporciona una grata compañía en el campo e incremente con la suya tu afición».
Juan Ignacio Trillo Garrigues

Hace más de dieciséis años Pabolo me facilitó las coordenadas de una criadora de teckels y de sabueso de Baviera a quien él ya había comprado un excelente teckel. Pipo fue el suyo, Otto el mío. Os escribo estas líneas como cazadores que sois. Soy de la opinión de que, contrariamente a lo que se dice, detrás de un gran hombre no tiene por qué haber siempre una gran mujer y viceversa. Sucede, sí, pero como suceden también los eclipses de luna. Y, sin embargo, si detrás de un cazador o más bien a su lado no tiene tampoco que haber un buen perro siempre, sucede con frecuencia -más que en el otro caso- que un buen perro te proporcione una grata compañía en el campo y que incremente con la suya tu afición.

Ese fue Otto. Con su contagiosa alegría en cuanto nos veía andar en casa preparando los archiperres para una jornada venatoria. Con su compañía en el campo recechando venados, corzos o incluso hasta rebecos en ocasiones. En las esperas, con esa fijeza marmórea hacia donde venía algún cochino. O en el puesto de montería, con la misma virtud. Siempre con su afición por delante nuestra. Nunca con sed o con hambre a la hora de cazar. No hacía frío, tampoco calor. Jamás. Siempre al lado y siempre alerta.

Cobró bien en general, aunque con “la trufa” siempre más pendiente de los vientos que del suelo, lo que dificultaba los cobros en donde la cantidad de reses era mucha. Tozudo y persistente acorde a lo “germánico” de su raza. Extremadamente valiente y con la suerte no obstante de jamás haber sufrido un percance serio. Aún tengo grabado en la memoria aquel día en el que, cobrando un venado, salió el cérvido atizando de najas con el perro colgado materialmente de una oreja, que no soltó hasta que dio de nuevo con sus costillas en el suelo. Y otra excelente entre muchas más, con mis hijos cobrando un macareno en una espera de noche cerrada y con niebla a las tantas de la madrugada.


Cariñoso con todos. Jamás agresivo excepto con la caza. Fiel como ninguno. Una institución en casa. Nos deja un hijo como él. Tuvimos la suerte de criarlo y enseñarlo con él durante seis años que son los que ahora tiene. También es excelente aunque caza peor (y sin embargo muy bien cuando le sale de los mismísimos “güebos”).

Ayer, tras una penosa vejez, tuve que ayudarlo, ciego casi y sordo por completo y sin apenas poderse ya tener en pie -lástima la puta pérdida de dignidad en la vejez en un animal- a hacer el tránsito de la vida. Pude despedirme de él y acariciarlo mientras se dormía para siempre, mientras él afablemente se despedía de mi con su noble y nostálgica mirada. Muchas horas de campo, muchos lances contigo y con tus hijos, Nacho. Muchas gracias por la vida que me has dado, amigo mío -debía decirme en silencio- y que nunca jamás se te vaya la afición. Tienes a mi hijo. La vida continúa…

Me va costando con el tiempo entender la Vida Eterna sin tener un buen amigo de estos al lado. Espero y deseo que eso esté ya remediado si algún día llego allí. En otro caso, me voy a aburrir mucho…


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La verdad es que viven muy poco.
Es ley de vida, a todos nos llegará...
Siempre es triste cuando muere un buen perro de caza...