Era el tercer fin de semana desde el puente de mayo que salía dirección Burgos en busca de un corzo que mereciera la pena. Aprovechando las ferias locales, junté cuatro días para poder pasarlos en el campo y disfrutar, en la compañía de un buen amigo, de buenas jornadas de caza.
Pasé puntual a buscarle y enseguida emprendimos el camino que nos separa del coto. Algo más de 500km que entre risas y anécdotas se pasaron rápido. Llegamos temprano y la tarde era muy calurosa con lo que decidimos tomarlo con calma y hacer tiempo tomando un buen café en las inmediaciones del cazadero.
Esa tarde nos pusimos en un alto dominando cada uno sus correspondientes vertientes y valles.Uno de solana y otro de umbría. Él se divirtió viendo caza toda la tarde incluido un buen macho. Yo no vi nada. “Al leñador caza...” como se suele decir, mi amigo iba simplemente a acompañarme y el único arma que llevaba eran unos flamantes prismáticos a estrenar.
A la mañana siguiente nos pateamos el coto muy despacio esperando gran parte del tiempo a que se descubrieran los consortes del par de corzas que vimos y que nunca aparecieron. Más adelante hicimos una tercera parada. Esta vez nos salieron los cochinos a pocos metros. Era una gran cochina con varios marranchones que hicieron que nos quedáramos con buen sabor de boca la primera salida matutina.
Esa tarde salimos más temprano. Amenazaba tormenta. Coloque a mi amigo en un alto y yo me dediqué a hacer “esperas itinerantes” en las inmediaciones para estar en permanente contacto y que no sucediera lo de la tarde anterior.
Fue dejarle y en la primera asomada divisar un corzo en un claro lejano. No me dio tiempo a distinguir su sexo porque enseguida se tapó y comencé a entrarle hasta donde creía que podía tenerlo a tiro. En esas que rompió a llover. No fue ninguna sorpresa, las nubes, el fuerte viento y unos amenazantes truenos fueron el preludio de una marea de agua que solo sirvió para fastidiarme la entrada. Como es lógico del corzo nunca más se supo.
Hablamos y en todo el tiempo que pasó controlando la amplia zona que dominaba, no vio nada. Decidí cambiar de plan entonces y quedé con él en un punto en el que terminaría mi rececho, para concluir la jornada en un bancal que dominaba un querencioso valle.
Durante ese rececho, en el trayecto que unía un par de campas y que transcurría por un estrecho camino que cruzaba un tupido bosque de pinos, se me cruzó un corzo. Suele ser habitual que les pueda la curiosidad y salten al camino que tienen cerca cuando notan tu presencia. Como es lógico la situación no me dio ni para encararme el rifle, pero si para comprobar que era un macho tirable. Maldecía mi mala fortuna mientras avanzaba muy lento hasta el punto de reunión en el que aprovecharíamos los últimos momentos del crepúsculo. La luna lo alargó y quizás fuera el motivo por el que la caza decidiera salir más tarde. No vimos nada. Jodido mes de Junio...
Amaneció el sábado y comenzamos un nuevo y esperanzador rececho que más pronto que tarde desbarató un paisano en quad, que cruzó nuestro cazadero de esa mañana. Este incluía, con todas las intenciones, la zona del camino donde se me cruzó el corzo la tarde anterior y, casualidades de la caza, volvió a cruzarse por el mismo tramo, pero esta vez fue una hembra.
La huella nítida y fresca de lupus no auguraba presencia de caza en la zona y un casquillo reciente terminó por quitarnos la poca esperanza que teníamos y en cuanto empezó a picar el sol nos fuimos a echar, confiando en que la tarde fuera más fructífera. Solo vimos esa corza en toda la mañana.
Como la tarde estaba fresca y nublada, decidimos salir pronto a dar una vuelta con el coche para ver si veíamos algo de caza que pudiera levantarnos el animo, y así fue. Mientras avanzábamos por una carretera local que atraviesa el coto, vimos una corza que permanecía inmóvil e impasible ante nuestra presencia por la seguridad que le ofrecía la espesura del bosque en estas fechas. No habría 10 metros de distancia. La pregunta fue ¿ nos permitiría nuestra ética sujetarnos en el caso de que hubiera sido un buen macho? No nos contestamos.
Para seguir subiendo la moral hicimos una pequeña incursión a la única zona de siembras que tiene el coto. Con el convencimiento de que muy posiblemente no apareciera ningún macho por ser el lugar donde se han quitado los primeros corzos de la temporada y por la altura que alcanza ya el cereal, en esto de la caza nunca se sabe y albergábamos la remota esperanza que algún otro macho hubiera ocupado el terreno de los abatidos. Como intuíamos, solo apareció una hembra y como deseábamos, nos siguió subiendo la moral.
Se nos hacía tarde y nos trasladamos al lugar donde nos íbamos a poner esa tarde. El mismo donde mi amigo vio tanta caza y que en esta ocasión disfrutaríamos juntos.
Pronto apareció la primera hembra y más tarde otra más. Luego un gran zorro que nos dio un susto de muerte y finalmente algo increíble. Un pequeño corzo que corría como si hubiera visto al mismísimo diablo perseguido por un corzo excepcional. La carrera, a unos 400 metros de nuestra situación duró escasos 20 segundos hasta que desaparecieron por el viso de un morrón pelado. Varios segundos después morroneaban el testero en dirección contraria a la misma vertiginosa velocidad. Desaparecieron.
Nuestra esperanza era que el gran corzo, una vez que desplazara al joven fuera de los límites de la provincia volviera a su territorio mucho más tranquilo y pausado. Allí estaríamos esperándole.
Paso un rato, desaparecieron las corzas que placidamente pastaban en el terreno que dominábamos. El sol y nuestras esperanzas también se esfumaron y decidí asomarme al otro valle donde estuve puesto la primera tarde. Nada. Recorrí unos 100 metros barrera adelante para dominar los recovecos de los claros del valle y nada. Me entretuve un rato mirando como un cuervo picoteaba en medio de una campa. No pude divisar que. El aire molestaba. El mismo aire que hizo que nos pusiéramos de Umbría. El mismo aire protagonista del resto del día...
Volvía por mis pasos para volver al puesto cuando en el ultimo vistazo, en el esquinazo de un claro, vi un corzo. Me eché los telestericos a la cara y vi que era macho. Normalito pero tirable. Eché rodilla en tierra, abrí el trípode, me encaré el rifle y esperé unos minutos a que se terciara. Quizás lo apunté demasiado tiempo, quizás fuera el molesto aire de cara, quizás fuera cualquiera de esas tonterías que nos inventamos al fallar. El hecho es que lo fallé clamorosamente a 122 metros.
Mi amigo asomó por el cerro con los brazos en alto. Al no corresponderle se le torció el gesto. Bajé a certificar mi fallo con la ausencia de sangre y efectivamente no apareció ni el más mínimo rastro. Encajamos bien el duro golpe y entre risas y chascarrillos nos fuimos al coche. Una buena cena y un chispazo terminó por aplacar cualquier conato depresivo.
Y llegó el día del señor. La última mañana. La última bala. Empezamos mal. El lugar donde arrancamos estaba lleno de vacas. No suele pasar nada si todo está normal. En multitud de ocasiones se ven corzos comiendo entre ellas, pero, ay de ti como una se ponga a mugir.
No sucedió pero tampoco vimos nada. Seguimos avanzando muy despacio hasta que un coche en medio del cazadero nos hizo variar la dirección del rececho hacia zonas en teoría menos transitadas. Bendita la hora.
Y continuamos nuestra pausada marcha. Mirando y remirando cada rincón de las campas y prolongando dentro del bosque todo lo que nos permitía el recién estrenado follaje. Cada pocos pasos, prismáticos.
Las claras se terminaban y nuestro rececho continuaría dentro del bosque. A tenor de los resultados del fin de semana no era mala idea. En contra teníamos que ya se ve menos dentro de ellos. A favor que, con comida dentro, es más difícil que salgan a las claras y permanezcan allí. Además, el terreno aun permite andar sin armar demasiado escándalo.
Seguimos avanzando y escuchamos un ladrido. Nunca sabremos si provocado por nuestra presencia porque fue relativamente lejos. Lo que es seguro que delató la suya. Extremamos las precauciones, agudizamos vista y oído y seguimos avanzando en esa dirección por una estrecha lengua que atravesaba un terreno cada vez más espeso..
No transcurrieron 5 minutos cuando mi compañero detrás de mí me “ susurró chillando” un “ahí está”. Giré mi cabeza cuando el corzo bajó la suya. – “es muy bueno”. Solté el trípode y a través de una minúscula ventana de entre las hojas le metí la cruz. –“¿seguro que es bueno? Le pregunté. -“Tiraloooooooooo” me respondió.
El estruendo rompió la paz y la magia del lugar. El corzo rodó sin puntilla. Nos habíamos metido a 30 metros de él y la minúscula ventana me dio para colocarle el disparo en un lugar fulminante.
Nos dimos un abrazo, corrimos hacia él y al verlo nos fundimos en otro abrazo aun más apretao.. ¡ Que maravilla de animal!
La euforia se convirtió en cierta tristeza al ver a tan fantástico animal rendido a mis pies. Después de muchos años de escapar y salir airoso de los peligros del bosque, su hora llegó. Puede que sus sentidos ya no fueran los mismos o que el exceso de confianza le traicionara, el caso es que el viejo corzo tomó su ultima brizna de hierba en mi presencia. Le acaricié la cara y le presenté mis respetos. Cada vez me da más pena.
La cámara que llevaba me dio para tirar dos fotos y el resto se hicieron con móvil (lastima).
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Aviamos el animal, precintamos y los tres iniciamos la vuelta con el sentimiento del deber cumplido y una inmensa satisfacción por lo logrado. El “que” y el “como”.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Miré la hora y aun era muy temprano para poder llamar a nadie. Solo deseaba hablar con mi gente.Al rato el “Blas´up” (léase blasá) echaba chispas. No tardaron en llegar las primeras felicitaciones. Me acordé de la anécdota de Luis Miguel Dominguín y Ava Gadner.
-¿Adónde vas?
-¡ a contarlo!
Este relato está dedicado a mi amigo que participó al 100% del rececho a pesar de unos problemas físicos que a cualquiera hubiera dejado postrado en casa. Sin su inestimable colaboración el resultado podría haber sido muy distinto.
Bendita afición.