Al recorrer el país entero durante un viaje de cacería, un hombre bien vestido de Estocolmo apunta y le dispara a un pato que va volando, pero el ave cae dentro del corral de un granjero, quien la reclama como suya.
—Es mi pato —insiste el citadino.
Como ninguno de los dos cede, el granjero sugiere resolver las cosas a la antigua usanza:
—Con una patada pueblerina.
—¿Una qué?
—Yo lo pateo tan fuerte como pueda en la entrepierna, y luego usted hace lo mismo conmigo. El que grite menos tiene derecho a quedarse con el ave.
El hombre de Estocolmo acepta. El granjero toma vuelo y suelta un golpe demoledor en las partes blandas del hombre, quien aúlla de dolor y cae al suelo. Cuando logra levantarse, dice jadeando:
—Bien, ahora es mi turno.
—Olvídelo —dice el granjero—. Se puede usted quedar con el pato