Anoche, 15 de Junio, noche de luna llena y también de eclipse.
Era esta una noche especial, y como todas estas noches especiales hay algo que me llama, que me atrae hacia esas sierras de Dios perdidas del mundanal ruido, esa paz, esa tranquilidad que nos conforta y envuelve en la acompañada soledad de la penumbra y que en esta ocasión no iba a ser menos.
A pesar de andar lesionado, manco, tocado, herido, o como lo queráis llamar, me vi envuelto en la irrefrenable tentación de salir de aguardo y así, poder contemplar el eclipse que tendría lugar. Llamé a un compañero mediada la tarde para ver si le apetecía venir, mas que nada porque no soy capaz de conducir, y mucho menos de empuñar un arma, así que tras aceptar este me entró ese nerviosismo característico al día previo, a la tarde previa, y es que llevaba ya acumulado mucho "mono". Preparé como pude la mochila, con una botellita de agua, la linterna y poco mas, que hoy toca de espectador.
Daban las nueve cuando entrábamos en la finca, en un primer momento habíamos decidido colocarnos en un comedero que le tenemos, pero tras dejar el coche oculto tras unas pilas de leña y encaminarnos hacia el mismo, tuvimos que pasar por una charca muy querenciosa para los mismos, y al hacerlo comprobamos que la tenían muy pero que muy tomada, así que a mi compañero se le pusieron los ojos como platos, mas o menos así
y decidió en una última instancia que haríamos la espera allí.
Acomodamos las sillas junto a un pequeño zarzal que nos taparía de la luna en una primera instancia y nos preparamos para la espera. Rifle cargado, jersey para los mosquitos, botellita de agua y todo un espectáculo por delante.
Delante nuestra se encontraba la charca, que todavía está muy crecida por las recientes lluvias, y en su rebozadero toda una serie de bañas, de todos los tamaños, entre las que destacan dos muy, muy grandes, lo que hacen adivinar el porte del animal que las utiliza, el cual esperemos haga acto de presencia esta mágica noche. A nuestra izquierda se extiende un morrito llano, sin vegetación y apenas sin arboleda, tan solo tres, a lo sumo cuatro encinas lo coronan. A nuestra derecha se pierde el camino que va a dar a la leña y el coche, con una continuación del extenso llano que va a morir a un arroyo de inmensos zarzales. Y a nuestras espaldas la siembra, ya recogida, en cuyo interior se pueden observar los "mojones" ya alpacados esperando a ser recogidos para abastecer al ganado en los meses duros.
Todo esto conforma un lugar idóneo para las correrías nocturnas de nuestros peludos paseantes y nosotros, mientras tanto, observamos en silencio como se va apagando el día, disfrutando de todos y cada uno de los sonidos, de todas y cada una de esas sensaciones que nos transmiten estas jornadas, una vez mas, cómplices de la noche.
Son varios los años que llevamos aguardando juntos, con lo que las palabras dan paso a los gestos, gestos que significan frases completas y que interpretamos correctamente, con lo que estas sobran, la noche se nos ha echado encima y ese zorro granuja se deja ver entre la penumbra, llega por el camino, viene sin prisa pero sin pausa, con ese andar sigiloso que les caracteriza, parece flotar, se coloca junto a la orilla y bebe, ahora si que hace ruido, muy leve, de la lengua al entrar en contacto con el agua, dos tragos mas y se marcha.
La luna ya asoma por nuestra espalda, esplendida, brillante como siempre, pero no tarda en comenzar a oscurecerse por su extremo izquierdo para ir tapandose por dicho lado, esta manca, por un instante va perdiendo fuerza y me veo reflejado en ella. Sin embargo, los que no pierden fuerza son los grillos ni las ranas, que entonan su cántico mas poderoso al mas puro estilo de la ópera sin perder un ápice de intensidad.
La sierra quedó desnuda con la marcha del raposo, que ahora y muy de vez en cuando tautea en lo alto del morrito de nuestra izquierda, mientras la luna sigue perdiendo fuelle y se oscurece totalmente, son poco mas de las once, hoy tampoco aguantaremos mucho que mañana hay que madrugar.
El airecillo nos golpea en la cara muy levemente y muy aleatoriamente, a nuestras espaldas la siembra comienza de nuevo a alumbrarse cuando la luna roja, ya muerta, comienza a resucitar de nuevo por su izquierda, un brillante haz luminoso comienza a romper con fuerza ese velo entre negruzco y rojizo que la baña, y poco a poco va resurgiendo de esa herida que la teñía de sangre.
El tiempo ha pasado, son ya mas de las doce y media, la luna ahora alumbra todo el campo que ebulle vida, las ranas y grillos siguen entonando sus cánticos mientras recogemos muy despacito las sillas y demás pertrechos, muy lentamente abandonamos este paraíso nocturno sin hacer ruido, el camino hasta el coche no es largo, pero lo disfrutamos lentamente, como se saborea esa taza caliente de café en una tarde de invierno, paladeando esta bendita afición, disfrutando de lo que mas nos gusta, el campo y la caza.