CRONICAS CORCERAS
Ayer domingo 12 de abril estuve recechando un corzo por tierras conquenses. Era mi primer rececho en solitario a los corzos. El lance fue tan bonito que me he decidido a escribirlo.
Sobre las 16:30 horas salí de mi domicilio en Madrid para dirigirme al coto, que está como a una hora y media de buena carretera. Por el camino iba recreándome en la imaginación, sin perder de vista la carretera, con la estrategia que pensaba llevar a cabo para intentar, al menos, localizar un corzo que me permitiera acudir más tarde, otro día a darle caza.
Por más vueltas que le daba al asunto siempre terminaba en el mismo sitio del coto, coto que por cierto había conocido a la carrera hacía unos días en el que me explicaron las lindes y sus entresijos.
Y como digo, viendo el viento que se había levantado, mientras conducía terminaba siempre pensando en la manga de siembra del valle, que rodeada de monte frondoso se situaba en uno de los extremos de la finca.
En ese lugar preciso me pareció entrever un buen corzo el día que hice la visita de conocimiento del cazadero, por lo que nada como acudir a ese mismo sitio en mi primera incursión de caza.
En esas estaba en mis pensamientos cuando casi sin darme cuenta ya estaba aparcando el coche y me disponía a coger los achiperres, en esta ocasión lo más livianos posibles, por si en lugar de una espera la cosa truncaba en rececho.
Encaminé mis pasos a un alto en la orilla izquierda de la siembra, dentro de ese monte, en un lugar en el primer tercio de extensión desde el que podía divisar una gran parte de la siembra. Solo escapaba a mi vista la lengua final, pero en principio eso no me preocupaba, pues esperaba ver aparecer al corzo a la altura del primer saliente de la orilla contraria, esto es hacia la mitad de esa extensión.
Pasé un rato maravilloso observando “mi” siembra y la de los alrededores con unos prismáticos 10 x 56 con medidor de distancia que tienen una luminosidad impresionante. Desde mi atalaya divisaba varias siembras con posibilidades corceras, a cada cual mejor, pero de todas ellas la “mía” era la que más me gustaba.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Poco a poco iba pasando la tarde y ya sobre las ocho, de repente, como si hubiera salido de la nada, allí estaba la primera corza, adentrada ya unos metros en la siembra y comiendo plácidamente.
Me entretuve un rato viéndola con los prismáticos y midiendo la distancia, más de 300 metros, y pensando en cual iba a ser mi siguiente acción, ya que desde allí no iba a hacer nada y malamente iba a poder hacer una entrada por derecho. La conclusión no se hizo esperar, había que volver pasos atrás, de la manera más discreta posible pues la corza vigilaba, y llegar nuevamente a la carretera para desde allí abordar la orilla contraria.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Dicho y hecho , en un ratito me encontraba al otro lado de la siembra, muy ligero de equipaje pues había dejado mochila y vara en mi atalaya para desplazarme más rápido, empezando el rececho con una ilusión a prueba de bombas, pues por ahora no había visto mas que una corza, pero estaba convencido de que en el rato de mi desplazamiento el señor corzo habría hecho su aparición.
Así, poco a poco, beneficiándome de los recovecos que presentaba el lindero del monte, fui avanzando hacia la zona en la que había visto la corza. Cuando llegué a ese punto mis movimientos se volvieron más cautos, pero…… a sorpresa, sorpresa, ni corzo ni corza ni la madre que los parió.
En esos 15 o 20 minutos que había durado mi movimiento la corza, que seguro que lo había visto desde la lejanía, había optado claramente por poner terreno de por medio y se había perdido nuevamente en la espesura del bosque.
Pero no me iban a arredrar semejantes nimiedades. Estábamos en el paraíso de los corzos, en un atardecer en el que el viento medio que había soplado toda la tarde desde el fondo de la manga había desaparecido prácticamente, y por lo tanto nada como profundizar un poco más en la manga para ver que nos deparaba el final.
Un poco más adelante me paré y enfoqué al monte con los prismáticos y casualmente pude ver el blanco trasero de la corza como brincando de allá para acá iba subiendo quitándose de en medio en el silencio más absoluto, hecho este último absolutamente de agradecer, pues una ladra en ese momento habría sido absolutamente mortal.
Seguí adentrándome por la siembra, sin separarme mucho del lindero del bosque, muy atento siempre al terreno que se había ante mi, y así, poco a poco, fui llegando al final de mi destino.
Estaba ya pensando en volver sobre mis pasos, cuando de repente vi hacia el fondo de la siembra una nueva corza. Rápidamente me desplacé hacía el lindero del monte que lo tenía a mi derecha a unos dos o tres metros. Desde allí observé que el saliente del monte me ocultaba perfectamente por lo que poco a poco y muy silenciosamente fui avanzando.
Al poco tiempo, entre las ramas del monte que avanzaba sobre la siembra, vislumbré otra vez a la corza. Me agaché para mirar por debajo de las ramas, y nuevamente sorpresa, sorpresa. No era una corza, eran dos corzas…
Contra, ¿entre tanta corza no iba a haber un macho gallito que las tuviera contentas? El caso es que ya difícilmente podía seguir avanzando, pues iba a quedar absolutamente expuesto, y todavía quedaba por ver el fondo de saco final de la siembra.
Pensé que la única solución consistía en trepar al monte y avanzar por donde sería difícil que me vieran y no me esperarían. Adicionalmente el poco viento que había soplaba inmejorablemente hacia mi nariz, por lo que pensado y hecho, retrepé por el monte y comencé a desplazarme más despacio si cabe intentando no pisar hojas secas y buscando una ventana entre los árboles desde la que ver el ansiado fondo de saco.
Al cabo de un rato tenía la ventana delante mía y empezaba a desfilar frente a ella una de las corzas dirigiéndose hacia el fondo de saco. Detrás de esa corza apareció la segunda corza que siguió con sus pasos el mismo camino. Pero ninguna de las dos abandonó la siembra, simplemente se situaron al limite derecho de mi ventana de árboles, sin llegar a desaparecer de mi vista y ni yo de la de ellas.
Esta situación fue de completo bloqueo, pues tenía a las corzas a unos 70 metros según mis gemelos, y cualquier movimiento que yo hiciera podrían verlo u oírlo enseguida. Los últimos desplazamientos los había hecho medio tumbado en el suelo de costado sobre la pierna derecha, y esa ya fue la postura que mantuve hasta el final.
En ese ten con ten estábamos cuando de repente apareció una tercera corza, y con ella eran ya cuatro las que veía en esa tarde. La diferencia en este caso era que la nueva corza estaba en el límite izquierdo de la ventana, pero en un plano distinto al de las otras, pues a esta solo le veía la cabeza y un poco del cuello. Estaba claro que el terreno de la siembra tenía una pequeña vaguada y que la tercera de las corzas se encontraba en el plano inferior.
En esta observación estaba, sin atreverme a mover ni un músculo, cuando de repente, también en el plano inferior, apareció el señorito. Como en el caso de su compañera, solo se le veía la cabeza. Pasé un buen rato observándolo con los gemelos para valorar su trofeo, y llegué a la conclusión de que podía merecer la pena. La medición de distancia me daba 77 metros. Lo único que había que hacer era esperar a que el corcete decidiera cambiar de compañía y venir donde las otras dos corcitas, y que de ese modo se dejara ver en toda su hermosura.
Mientras esperaba a que esto sucediera empecé a hacer prácticas de puntería con el rifle, para ver como estaba de pulso tras el esfuerzo y con la tensión acumulada. ¡Absolutamente decepcionante! No había manera de que la retícula roja iluminada de mi visor se posara un ratito sobre la chorla del corzo. Le aumenté hasta seis los aumentos para ver mejor el objetivo, y por supuesto el temblor era desquiciante.
Pensé que iba a ser imposible el lance, por lo que tenía que buscar una solución. Y la solución la tenía delante mía, a escasos dos metros. Se trataba de un arbolito del que salía a baja altura una rama minúscula del grosor escasamente de un bolígrafo bic en su entronque. Si la rama aguantaba razonablemente el cañón sin quebrar, el tema empezaba a solucionarse.
Me arrastré los dos metros en cuestión y apoyé el cañón en la ramita apuntando al corzo. ¡Milagro! La retícula roja quedaba absolutamente quieta en la cabeza del corzo.
A seguir esperando, ya se descubriría más. O al menos eso esperaba yo, sin que se me escapara el riesgo de que en un momento dado decidiera retroceder hacia el bosque si subir de la vaguada.
Y de repente algo pasó. Después del lance he pensado que a lo mejor se aproximaba otro corzo y mi amigo había decidido decirle que ahí estaba el con su harén, pero lo cierto es que el corzo empezó a ladrar rítmicamente mirando hacia el lado contrario al que yo me encontraba. Levantaba la cabeza de la siembra con nervio y ladraba, volvía a comer y al cabo del ratito volvía a levantarla y volvía a ladrar. Así sucesivamente.
Probablemente mi inexperiencia me gastó una mala pasada y empecé a ponerme nervioso y a pensar que el corzo estaba barruntando algo y que por eso estaba nervioso ladrando. Pero lo cierto es que viendo la película pasar a posteriori, la ladra iba dirigida en sentido contrario al mío, por lo que probablemente lo que le preocupaba estaba en otro lugar.
El caso es que ya empezaba a anochecer, habían pasado las nueve de la noche y la luz se iba perdiendo y el cuadro no cambiaba, así que había que decidir: o lo dejábamos para otro día o tomaba el riesgo de realizar un disparo un poco más complicado de lo normal, tirando a la cabeza del animal.
La decisión fue la segunda. Nunca le he tenido miedo a ponerme a prueba con la puntería, y lo cierto es que a este rifle le tengo mucha confianza. Se trata de un 30-06 CZ Ceska montando un visor Leupold de 1 a 6 aumentos con retícula iluminada. Y además, ahí estaba mi ramita. Por tanto vamos a por ello.
Apoyé con cuidado el cañón en la ramita, monté el pelo, y quité el seguro. Ahí estaba otra vez con su ladrido dándome la espalda. Puse con cuidado la retícula en la parte posterior de la cabeza y….. dejé que el disparo me sorprendiera.
Resonó un estruendo en el silencioso valle. Rápidamente miré a ver que había pasado, hacia donde había carreras, y curiosamente no vi nada. Ni del corzo ni de sus compañeras. Respiré profundamente, monté nuevamente el rifle, puse el seguro y me incorporé.
Mientras me acercaba a la siembra desde el monte iba dándole vueltas a la cabeza para ver si había visto algo después del tiro que me pudiera indicar el resultado, pero no encontraba ninguna imagen. Por primera vez los pensamientos negativos hicieron su aparición. “Si es que claro, es que eres un precipitado, si no lo tiras hoy lo tirarás el próximo día. No se debe precipitar uno y tirar de cualquier manera, etc….”
Finalmente llegué a la vaguada de la siembra. Habían sido 80 metros escasos que se me habían hecho eternos. Pero allí estaba. No movía ni un músculo. El tiro le había entrado por atrás de la cabeza y le había salido por debajo del ojo izquierdo. No había sufrido nada.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Ye de esta manera finalizó mi primer rececho en solitario a los corzos. Toda una experiencia que para un novato en estos lances como yo le merecía la pena escribirlo para sus recuerdos y para compartirlo.
Madrid, 13 de abril de 2015.