Conejo, inquilino del viejo monte
Su capacidad de reproducirse exponencialmente le ha permitido compensar su alta mortandad y sobrevivir pese a la depredación y a otras amenazasPedro saurio
07/10/2019 09:00h
Las últimas glaciaciones empujaron a una serie de especies europeas a buscar refugio al sur de la península ibérica, entre ellas el antepasado más reciente del conejo de monte (Oryctolagus cuniculus), un lagomorfo extinto que, gracias al aislamiento impuesto durante milenios por los congelados Pirineos, evolucionaría para convertirse en el conejo que hoy conocemos. Es decir, el conejo tiene un origen estrictamente ibérico.
Los modernos estudios de su genoma han permitido establecer dos grupos diferenciados: uno, el más antiguo, procedente de Andalucía Occidental y el Algarve, y otro que engloba a los demás conejos silvestres de esta especie monotípica repartidos por el mundo, incluyendo los «subproductos» domésticos.
Históricamente, el vínculo de España con el conejo nos lleva hasta el propio origen etimológico de su nombre, Hispania para los romanos, que deriva del vocablo i-sphanim, «isla de damanes», que, a falta de otro animal más parecido, es como llamaron los fenicios a los conejos.
La importancia social y económica de esta especie endémica en la península está fuera de toda duda, ya que se trata de un recurso natural y una fuente de proteínas que ha marcado la idiosincrasia de sus moradores. Pero si esto es así, mayor transcendencia ha tenido medioambientalmente su presencia, ya que ha supuesto el alimento principal de algunas especies de predadores emblemáticos y también endémicos, como el águila imperial o el lince ibérico, además de ser consumido por más de cuarenta especies en total.
El conejo ejerce asimismo un efecto renovador de su entorno mediante excavaciones, deposición de excrementos y por su acción herbívora, que altera la estructura vegetal y promueve la dispersión de semillas...
El secreto de su éxito y de su importancia ecológica ha sido la estrategia de supervivencia que ha adoptado como especie, basada en la fertilidad. Su capacidad de reproducirse exponencialmente le ha permitido compensar su alta mortandad y sobrevivir pese a la depredación y a otras amenazas como las enfermedades que le afectan –mixomatosis y NHV en sus distintas cepas–.
Su fecundidad es admirable. Una coneja puede ser fértil a los cuatro o seis meses de edad (un macho antes), y después de un ciclo de gestación de aproximadamente un mes puede volver a quedar preñada en pocos días y criar seis o más camadas de cinco o más gazapos al año. Echando unas sencillas cuentas se puede concluir que una coneja puede tener una producción de descendientes más propia de una fábrica moderna que de un mamífero. Como otras especies cinegéticas, su abundancia, su valor gastronómico y la recuperación anual de sus poblaciones lo convierten en un recurso natural y renovable de gran interés, que ha sido objeto de caza desde que los primeros homínidos pisaron la península.
Conejo, inquilino del viejo monte
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