«Somos los que más respetamos el campo» 43 venados, 56 jabalíes y un muflón fue el resultado de la montería que tuvo lugar el pasado fin de semana en la localidad cacereña de Alía [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] La ladra se oye cada vez más cerca y a Manolo se le pone el corazón en la boca. Agudiza el oído y levanta el rifle. Llega el momento. Pone los cinco sentidos en intentar percibir cualquier mínimo movimiento. Nota revuelo abajo, arriba, abajo otra vez. Mucha tensión. Siente que 'algo' va a salir. Y al medio segundo una silueta cruza velozmente entre las jaras. Entonces retumba la sierra y huele a pólvora. Pero el venado ha sido hábil y ha logrado escapar. «Estaba muy lejos», dice. Ha sido su primer lance del día. «Si me tocas ahora las pulsaciones van a mil por hora».
La escena se desarrolla en la finca de La Palomera, en la localidad cacereña de Alía, en la sierra de Las Villuercas. Es mediodía del sábado y acaba de empezar una de las cientos de monterías que cada temporada se celebran en Extremadura. En este caso, la organización corre a cargo de la empresa Monteros de Sopetrán.
A Manolo le ha tocado esta vez un puesto de traviesa, esto es, ubicado en mitad de la mancha. Lo que significa estar en medio de la zona de la finca habilitada para cazar y rodeado de decenas de rifles que suenan con frecuencia. «Pero no te preocupes que no pasa nada. Esto es como los aviones, que hay un accidente y millones de vuelos». No obstante, impresiona. A unos 150 metros hay otro cazador. Y más allá, otro. Ellos forman parte de una armada, es decir, una de las líneas de fuego que se reparten por toda la finca. En este caso, en una extensión de mil hectáreas hay colocados unos 90 monteros.
La cercanía entre rifles exige que la prudencia sea la mejor consejera. Aquí entra en juego la figura del postor, persona encargada de situar a cada cazador en su puesto y de dejarle bien claro dónde puede disparar y dónde no. «Te tienes que conocer muy bien la finca. Es un cargo de mucha responsabilidad y muy respetado», apunta Carlos Plaza, uno de los que ejercieron de postores en la montería del pasado fin de semana.
Un oído muy desarrollado «En un puesto de traviesa, lo más importante es el oído. Hay mucha mancha (mucha vegetación) y no ves bien a los animales, tienes que prestar mucha atención a los sonidos porque en este puesto se caza de oído», continúa explicando Manolo. Habla muy bajito y apenas se mueve. Cualquier ruido puede espantar a la presa. Él es capaz de diferenciar casi todos los sonidos del campo e incluso saber a qué distancia se producen. «Esto es cuestión de práctica», asegura. «A mí es que me gusta mucho la Naturaleza y aunque no cace nada disfruto estando aquí», añade. Manolo, de apellido Gómez y de 45 años, es biólogo y vecino de Esparragalejo, un pueblo cerquita de Mérida. Su pasión por la caza le viene de familia. Esta es su quinta montería de la temporada.
«Muchas veces esto me sirve de terapia. En la vida que llevamos de ajetreo, que hay que ir corriendo a todos sitios, el que tú estés aquí unas horas contigo mismo y con la Naturaleza es un lujazo. Tienes tiempo para pensar en la familia, en el trabajo, en las decisiones que debes tomar...». Manolo se calla de repente y en un segundo encara el rifle. Ha oído ruido entre las jaras. Vuelve la tensión y las palpitaciones. Se prepara para disparar. Está a punto y... al final baja el arma. «Era un corzo. Me he dado cuenta por la forma en que avanza, va dando saltitos. Los jabalíes, sin embargo, van correteando (y hace el gesto con las manos para explicarlo). A los corzos los llaman los duendes del campo porque son unos animales muy silenciosos», explica.
Después comenta que en los puestos de cierre, es decir, los que van rodeando a la mancha, es «más importante la vista» porque el terreno «es más claro y se ve mucho mejor».
En la caza imperan los sentidos. El montero se vale de la visión y el oído. El animal, por su parte, usa el olfato para defenderse. «El jabalí sobre todo tiene un olfato privilegiado. Como el viento vaya en su dirección, te huele enseguida y se va». El instinto del animal es siempre huir.
Entre momentos de máxima adrenalina y otros de contemplación de la Naturaleza y reflexiones personales, han pasado cuatro horas en las que el cazador ha estado de pie y sin apenas moverse del sitio. Y Manolo no ha mirado el reloj ni un solo momento. Esta vez no ha tenido suerte y no se lleva a casa ninguna pieza, pero ahora toca compartir la experiencia con los compañeros y que, el que pueda, presuma de sus animales abatidos.
Todo un ritual El lance, es decir, esa oportunidad que se le presenta al cazador para disparar a una pieza, es sin duda para ellos el momento más emocionante. Pero antes de llegar al puesto y levantar el rifle, hay todo un ritual imprescindible que se debe cumplir paso a paso.
Los monteros quedan a las nueve de la mañana para desayunar. En este caso, la cita fue en el hotel de Alía. El menú, migas con huevos fritos, panceta, chorizo y pimientos. Toda una tradición.
Después se lleva a cabo un sorteo para repartir los puestos. Además, el orgánico -el empresario que organiza la montería, en este caso Antonio Pavón, de Monteros de Sopetrán- aprovecha para dar las instrucciones y dejar bien claro qué animales está permitido cazar (eran venados, jabalíes y muflones, pero estos últimos sólo los que tuvieran la cornamenta cerrada, según explicó).
Una vez que todo el mundo sabe cuál es su sitio, se accede a la finca. Para ello, cada armada -cada una de las líneas de fuego, que puede estar compuesta por cuatro o cinco cazadores- sigue a su postor. Éste coloca a cada uno en su lugar y les señala las zonas a las que pueden disparar.
Rondando el mediodía sueltan las rehalas y 'oficialmente' empieza la montería. Cada rehala -en la de Sopetrán hubo 24- está compuesta por entre 20 y 25 perros, los cuales son fundamentales en una montería: su función es acorralar a las piezas y acercarlas al cazador.
Sobre las cuatro de la tarde se dejan de oír disparos. Los monteros ya pueden moverse y se bajan de nuevo al hotel a almorzar. Hay un catering preparado. Mientras, los postores van recogiendo los animales abatidos, para lo que usan mulas o camionetas, dependiendo de cómo esté de accesible el terreno.
Después del café, toca recuento de piezas. Según Pavón, el resultado final fueron 43 venados, 56 jabalíes y un muflón. «Satisfecho».
Es ese momento en el que los cazadores posan delante de sus piezas abatidas, se hacen fotos, no les importa llenarse las manos y la ropa de sangre y el aire está impregnado por ese característico olor, cuando la imagen de una montería resulta más impactante. Sin embargo, para ellos, es una estampa habitual. Una situación bastante natural. «Nosotros somos los que más respetamos el campo», asegura Carlos Plaza, el postor. Y Manolo Gómez apostilla: «Si no se cazara, si no hubiera una selección, habría una sobrepoblación de especies que podría afectar al cultivo. Tiene que haber un equilibrio en la Naturaleza».
Pero a esto habría que añadir el factor económico, es decir, el dinero que se mueve dentro de la caza. La Federación Extremeña subraya que gran parte del PIB de la región proviene precisamente del sector cinegético (hay unas 80.000 escopetas en la comunidad).
Independientemente, ese momento final de animales abatidos y fotos para el recuerdo es el preferido de muchos de los que tuvieron puntería o suerte durante la jornada. «Es cuando pueden presumir, y les encanta», dice Nuria Campos, una de las poquísimas mujeres con rifle que hay en Extremadura. «También somos un poco exagerados -reconoce Plaza-. Siempre decimos que no hay escopeta que falle ni cazador que no mienta».
La caza, al fin y al cabo, despierta uno de los sentidos más primitivos del hombre, el de atrapar a su presa y llevársela a casa.
Desayuno y sorteo. Migas con huevos fritos, chorizo, panceta y pimientos para coger fuerzas. Después, el sorteo, para repartir los distintos puestos en los que se colocarán los cazadores.
Las rehalas. Son fundamentales en una montería. Su función es perseguir a venados y jabalíes, acorralarlos y acercarlos al cazador para que éste les pueda disparar.
Recogida de animales abatidos. Las piezas se bajan en camionetas, con la ayuda de mulas o, por ejemplo, como se ve en la imagen, enganchadas al parachoques del todoterreno.
Orgullosos.Ésta es la imagen final de la montería. Los cazadores posan orgullosos con sus animales abatidos y se hacen numerosos fotos para el recuerdo. En este caso, con el único muflón que se abatió.
FUENTE:
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]FECHA: 05/02/2012
AUTOR: ROCÍO SÁNCHEZ RODRÍGUEZ
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