La Caza Sobre RuedasCon el paso de los años, hay pasiones y querencias que la vida nos va sacando por arriba, como una madre cuidadosa le quita al hijo el jersey que le estorba cuando el sol ya calienta. Pero el instinto de cazador, cuando es de verdad arraigado, aparenta una segunda piel que, ni siquiera a tirones, consigue la vida arrancárnoslo. Es más, afirmo con escaso margen de error que, en ocasiones, este instinto es un corsé que sostiene y endereza un cuerpo maltrecho necesitado de algunos motivos que le insuflen ganas de vivir.
Este es el caso de Leonardo, con el que el destino ha sido tan cicatero y mal encarado que lo ha puesto en el más duro trance en que se pueda poner a un hombre que vive, como él, esta intensa pasión. Como dijo la bulería del pintor enamorado de su preciosa modelo…
¡Valgame San Rafael ¡ Tener el agua tan cerca y no poderla beber..!Pero dejenme que les cuente.
Leonardo es cazador desde que echó los dientes en su campiña sevillana. Lo lleva en su ADN, en su bagaje personal y en su orgullo. Pero además Leonardo, aunque comparte preocupación con todos los cazadores, lleva mejor lo de la controvertida Ley del Plomo, porque desde hace tiempo y aunque tiene tres escopetas, no gasta un solo euro en cartuchos ni le preocupan los avances en perdigones ecológicos. Es más, tampoco invierte en calzado ni ropa técnica de caza, porque ya no se llena nunca las botas de barro. No, no piensen ustedes que es que ha dejado de cazar, porque aún así y como a él le gusta señalar con ironía, este año ha tenido una temporada ........... SOBRE RUEDAS.
Eso sí, en lo que no escatima un céntimo este cazador de raza donde los haya es en la mejor alimentación y cuidado de sus podencos andaluces, preciosos de estampa, bien encastados, educados como pocos, conjuntados y capaces de poner patas arriba el más espeso de los arroyos en menos que se persigna un cura loco. Y en el borde del ribazo, estará Leonardo con el corazón en la boca por la emoción de escuchar sus latidos, carreras y ballestazos. Animándolos hasta que en un descuido del conejo, se hagan con él sus podenquillos para cobrárselo hasta las mismas manos inmóviles de su dueño, que se deshará en palabras cariñosas desde la poltrona de su silla motorizada.
Leonardo sufre una tetraplejía completa irreversible, a causa de un desgraciado accidente de trabajo, una caída de un balcón que un mal día lo postró en una silla de ruedas. No puede mover piernas ni manos, aunque con su brazo derecho apoyado es capaz de mover, entre dos dedos, el mando de su silla a motor con la que se desplaza por todas partes. Tiene que ir amarrado de piernas con unas fuertes correas, porque sufre continuos espasmos que podrían descabalgarlo de la silla si así no fuera. El habla, su imaginación y su enorme ilusión por la vida si que se han quedado intactas, y hasta quizás enardecidas tras el accidente.
Se queja mucho de que no existan ruedas de tacos para estas sillitas de motor por batería. Y de que estas baterías duren lo justo, habiéndose quedado clavado multitud de veces al cruzar un pequeño arroyo o vaguada. Menos mal que su hijo Antonio, anda siempre acompañándolo en sus salidas y más de una vez han tenido que tirar de teléfono móvil para que venga Isabel, su santa esposa y madre con la ce-quince hasta la misma vaguada para subir a Leonardo y recoger los perros antes de tiempo.
Para cazar como lo hace este hombre hace falta una dosis de afición y optimismo no apta para pusilánimes. Y aún así, como el presume orgulloso, sus podencos pisan el campo todos los días de caza de la temporada y el descaste….y alguno añadido que los saca a un descampado a las afueras del pueblo, donde más de una vez ha tenido que dar explicaciones a los civiles desde su trono motorizado de Rey de la Afición Cinegética.
No son pocos los caldeos que les pega a Isabel y a Antonio, un rapaz de quince años que ha perdido la afición a la caza a fuerza de ir a la fuerza, acompañando a su padre en cada jornada. Por su padre hace lo que haga falta, pero nunca será plato de gusto el comer sin ganas, por bueno que sea el manjar.
Temprano lo levantan de la cama, auxiliados con una grúa provista de arnés, lo visten con ropa cómoda de colores chillones -más de una vez lo han plomeado en algún tiro rasero, ya que no puede reaccionar cuando ve al interfecto encararse en su dirección-. Luego, una vez sentado sobre su silla con la batería recién cargada, entre Isabel y Antonio lo suben mediante una rampa a la parte trasera de la furgoneta, tras la cual, en el carro que engancha Antonio, viajan sus agradecidos y fieles podencos. Porque un buen perro de caza es de quien lo saca a cazar, por encima incluso de quien le echa de comer. Y ese cariño lo demuestran y agradecen con el sinfín de carantoñas que le prodigan a Leonardo en cuanto los sueltan en el campo.
Isabel conduce la furgoneta hasta el cazadero. A partir de ahí, el campo es de Leonardo y sus perros, hasta la finalización de la jornada de caza, a las dos de la tarde, cuando volverá su esposa a recogerlos al punto acordado.
La silla lleva atrás un colgadero de piezas, donde Antonio va colgando los conejos que pillan los perros de su padre. Siempre a diente. No le hace falta la escopeta a Leonardo, para colgarse una media de tres o cuatro conejos por salida. Piezas que le arriman sus perros hasta subírsele en las rodillas y poniendo luego cuidadosamente la cabeza en su misma mano para ser acariciados levemente. Ese es el premio que buscan los podenquillos.
De vez en cuando emplaza a algún amigo que lleve escopeta para que le tire algún conejo a sus perros. Más que nada para que no pierdan la costumbre de escuchar disparos y no degenere la casta dando cachorros con miedo a los tiros.
- Juan, si te pones mañana en el corte de las zarzas del arroyo fulano, seguro que tiras, porque voy a entrar con los perros por la otra punta y el otro día se salieron tres por ahí…
Y Leonardo anima a sus podencos con más fuerza que si fuera él quien tirara. No para ni cuando se come el bocadillo y les chilla con la boca llena
- ¡Perro ahí valiente!
- ¡Anda con ellos, que son pocos y nos temen!
Porque la voz la tiene intacta, incansable para charlar de caza con ese sentido del humor chispeante que caracteriza a los sevillanos.
- ¿Has visto la película Mar Adentro, Manuel?... Pues yo tengo lo mismo que Ramón Sanpedro… sólo que sin ganas de morirme, sino todo lo contrario. Me gustaría ir a montear, aunque no tire, sólo por escuchar las ladras y las reses rompiendo monte…. cambiar de cazadero y buscar amplias extensiones de monte… algo distinto de las besanas y arroyos de mi pueblo.
- Para el año que viene tengo una camada de podenquillos nuevos que se te van a saltar las lágrimas de alegría cuando los veas cazar….
- Lástima que a mi Antonio no le guste esto, porque el día que se niegue a salir conmigo….
Pero bueno, mientras es o no es, a sus cuarenta y cuatro años, no hay quien le quite la ilusión de salir de caza. Que sea por mucho tiempo, Leonardo…
Este es Leornardo. En alguna de sus salidas de caza:
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