Mi ENHORABUENA Vicente, así con mayusculas, no olvidarás jamás ese lance, cazar un animal con tu hija pequeña, habrá colmado todas tus expectativas. El corzo un orazo.
Santitos creo que te estas equivocando, lo que ha matado Vicente es un corzo no un cochino. Quiero romper una lanza a favor de los aguardos de invierno. Dices que es muy complicado por la mucha comida que el monte contiene en esta época del año; nada más lejos de la realidad. En invierno tienes muy pocas posibilidades de que los cochinos entren a los cebaderos, pero hay múltiples y variadas formas de cazarlos, Bañas, pasos, bellotas, y lo que más me seduce de esta época del año es que los grandes machos acompañan a las hembras en sus desplazamientos porque estas suelen estar en celo casi todo el invierno y claro, esto no se les pasa por alto a los machos de jabalies.
Como no participo mucho en el foro por falta de tiempo voy hoy a poner un relato de mi último cochino en espera de hace hoy justamente un mes.
UNA ESPERA OTOÑAL
25/XI/2013
Principios de Octubre, la melosa inunda la sierra, esa bellota aún verde y enferma cae de la encina en un goteo incesante, poniendo comida fácil a muchos animales de nuestras dehesas, aún a pesar de estar esta bellota muy amarga, a los cochinos les gusta comerla.
Fue a principio de este mes cuando vi por primera vez su pista, debajo de una encina de gran copa se hallaban esparcidas multitud de cascaras de bellota con los signos inequívocos de haberlas comido un guarro, al poco de mirar descubrí su hermosa huella, ancha y redonda, poderosa como su dueño. Desde ese momento ya no pensé en otra cosa, estudiaría al cochino hasta en los más pequeños detalles.
No faltaba un día a la finca, recorrí su perímetro varias veces para asegurarme de donde venía el guarro, llegué a la conclusión que estaba dentro de la finca, pero no paraba quieto en ninguna querencia, tan pronto veía las pistas en los valles, como me las encontraba en la charca “del búho” que está justamente en otra punta de la dehesa, un serio y difícil rompecabezas.
Bellotas, madroños y castañas se entremezclaban por prácticamente todo el suelo de la finca, comida había de sobra, pero a pesar de ello decidí hacer un comedero. Busqué un sitio en el mismo borde del jaral, justo al lado de una “verea” en la cual se veían algunas pistas bastante frescas; un par de kilos de maíz y medio saco de bellotas conformaban el alimento, unas grandes piedras evitaba que se mojase, pero algo tan simple como un comedero bien sabía yo que me daría unos resultados mediocres, así que decidí completar el hotel con una sauna; justo al lado del comedero había una buena veta de tierra rojiza, es decir greda roja, de la que tanto gustan a los cochinos, armado de pala y azadón rebajé un poco hasta hacerle un buen cubículo en donde vertí una garrafa de veinticinco litros de agua, ahora hay menos evaporación y el agua aguanta bastante más que en la temporada cálida, el trabajo estaba hecho, sólo cabía esperar a los invitados.
A principios de Noviembre apenas habían tocado el cebadero, no así la baña, a la cual no dejaba que perdiese humedad, si bien las visitas no eran continuas, al menos me los estaba atrayendo poco a poco a mi terreno, algunas jaras rotas en los alrededores me informaban de que algún macho pudiera andar en celo, yo esperaba que fuera el verraco al que vi la pista a principios del mes pasado.
No fue hasta mediados de mes cuando una mañana muy temprano descubrí de nuevo su pisada, y precisamente donde yo quería que estuviese, en la clara del comedero, había comido un poquito, había movido levemente un par de piedras, la baña la había cogido con mucho ardor, el sólo, con sus refregones en la grea roja, la amplió considerablemente, su poderosa pista marcaba bien profunda en el charco, nuestro encuentro podría ser inminente, esa misma tarde intentaría un aguardo. Con tal propósito me encaminé a la casa para comentárselo al guarda, en el camino me encuentro a Cándido el pastor.
-Buenos días Cándido.
-Buenos días tenga usté, cómo tan temprano p’ai, con las helás que caen estos días, de seguro que algún cochino le quita el sueño.
-Pues eso mismo, llevo más de un mes detrás de un verraco y hasta ahora no lo he podido llevar a mi terreno, y me dirigía a la casa del guarda para comentarle que esta noche me iba a poner.
-Por lo del guarda no se preocupe, ya cuando llegue yo a la casa le digo, pero ahora que lo comenta, allá por lo de la sierra de Lázaro he escuchao algunas mañanas pegarse los cochinos, en la mancha grande, al lao de las alambres.
-Precisamente es ahí donde tengo el comedero, le pediría por favor que no acercara a las ovejas en unos días por ese lado de la finca, con el fin de que estén tranquilos los guarros.
-No se preocupe, yo tengo mucha pastoría en la finca y no jace ninguna falta que vayan p’a allí, de toas formas aproveche ahora que con estas helas se puen jacer buenos chorizos.
-Muchas gracias Cándido, y si el verraco cumple se lo regalo a usted para que haga los chorizos.
-¡¡Hombre pue mu agradeció!! Y le dejo, que este ganao ya me lleva la delantera, condio.
-Adios Cándido
Pletórico me encontraba esa tarde en el puesto, las buenas noticias se habían ido sucediendo y ahora tenía bastantes posibilidades de por lo menos ver al dueño de la ancha pista. Sentado el en catrecillo y envuelto en varias capas de forros polares, disfrutaba la naturaleza plenamente, en esos momentos no me cambiaba por nadie. Mirlas y zorzales surcaban incesantemente el cielo buscando un caliente dormidero, numerosos gorriones visitaban el comedero, los granos triturados la noche antes en las mandíbulas del cochino les servían de alimento, incluso algún petirrojo se atrevía con el maíz. Me he puesto a las cinco y media de la tarde, la noche cae muy pronto en estas sierras y los cochinos se mueven pronto, no sería muy descabellado que alguno se presentara en la clara, de día, más de una vez me ha sucedido.
Los contornos de encinas, alcornoques, jaras, madroñas y demás arbustos de la zona, se van difuminando, los colores se convierten en dos, blanco y negro, las sombras de la noche empiezan a invadirlo todo, el omnipresente cárabo arranca su canto en un aullido lastimero, no anda muy lejos. El frío se recrudece, me cobijo dentro de las mantas, el cielo está muy limpio y numerosas estrellas empiezan a aparecer en él, la tierra cruje, se estremece ante la enorme helada que está cayendo, me ajusto de nuevo el gorro de lana, estoy relajado, tranquilo, en duermevela, de pronto un fuerte arrollón dentro de la mancha me hace espabilarme del todo, se acercan cochinos, pero se acerca uno por cada lado, y no van despacio precisamente, el encuentro se produce, un fuerte impacto de cuerpos, los gruñidos se oyen en las quimbambas, arrollones y más arrollones dentro de la mancha, dos verracos se están pegando una fuerte paliza, las hembras andan ahora en celo y de ahí su ardor guerrero, yo, con los ojos abiertos como platos y agarrando fuertemente el monotiro espero acontecimientos. Más de media hora tardan los contendientes en dirimir su duelo, luego silencio.
Me levanté después de seis horas de aguardo, cerca los tuve pero esta vez ganaron ellos. A la mañana siguiente volví para constatar que la pelea fue dura, durísima, a pocos metros de la clara del comedero y dentro del espeso jaral, me encontré con un enorme destrozo en el monte, parecía que había pasado una máquina de cadenas, jaras de un brazo de gruesas arrancadas desde su base, grandes ramas de madroñas pisoteadas y mordidas, bien me hubiese gustado presenciar el espectáculo, esa noche ni se acercaron a la clara.
Volví a la carga, ¡cómo no! Otros dos aguardos y mucho pisteo, pero el guarro no aparecía, un par de veces más le vi la pista en las cercanías del comedero, iba acompañando a una piara, las hembras lo arrastraban en su celo.
El día veinticinco de Noviembre al llegar al cebadero me llevé una gran alegría, no sólo había comido un poquito si no que habían vuelto a verse los dos contendientes, tenían todo aquello destrozado, jaras arrancadas por doquier, el celo llegaba a su más alta culminación, no podía dejar pasar esa oportunidad, esa misma noche le haría un nuevo aguardo. Antes de salir de la finca vi de nuevo a Cándido.
-¿Todavía sigue usté con el cochino?
-Pues si Cándido, no está siendo fácil hacerse con él.
-Estos verracos viejos dan mucho trabajo, pero el día menos pensao….
-Vuelvo esta noche a ver si se deja ver.
-pues que haya suerte, condió.
-Adiós Cándido.
Una tarde más de espera, la ilusión por todo lo alto, y el frío que se mete por los huesos, debajo de las dos mantas que hoy me cubren casi por completo, tengo el rifle, no quiero ni sacar un dedo fuera de estas prendas tan abrigadas, hace tanto frío que las palabras se congelan, y eso que nada más son las seis de la tarde, cuando pasen un par de horas estaremos a varios grados bajo cero.
De nuevo y como cada tarde el campo poco a poco va enmudeciendo, la sierra va quedando muda, el alboroto de las mirlas al acostarse es el único ruido que rompe el silencio, me atrevo a sacar la mano enguantada para mirar el reloj, las siete menos cuarto, aún es muy pronto, vuelvo a entrar la mano debajo de las mantas, y en ese momento el aire de cara me trae un fuerte olor a cochino, a verraco en celo, no oía nada, pero si lo olía, era la cuarta vez que pasaba en más de veinticinco años de espera, pasados unos minutos escuché un ruido producido por colmillos, el guarro estaba amasando con los colmillos y amoladeras, estaba desafiando al otro macho, una rama se tronchó a su paso, entonces subí el rifle a la rama que tenía para su apoyo y esperé acontecimientos, despacio, muy despacio se acercaba a la clara, sin dejar de amasar con los colmillos, la salida ya era inminente, una mirla que dormía plácidamente en un chaparro próximo salió despavorida al paso del cochino, ¡lo veo! Una mancha oscura pasa de un jarón a otro, asoma el hocico, por el visor vislumbro los más mínimos detalles, nos separan muy pocos metros, exactamente ocho, da un par de pasos y descubre su monumental cabeza, no espero más, estos cochinos no te suelen dar muchas oportunidades, no me la juego, pongo la retícula en la cepa de la oreja y oprimo el gatillo, se derrumba sobre su sombra, ni un quejido, ni un gruñido, permanezco unos minutos más sentado en el puesto, en el silencio de la noche, en el silencio de la sierra, mientras en lo alto un grupo de gansos se dejan oír en su migración invernal.
Antes de salir de la finca me pasé a ver a Cándido, al llegar con el coche a la casilla pude ver que la chimenea echaba un denso humo, seguro que una buena candela calentaba el hogar, pegué con los nudillos de la mano en la puerta.
-¿Quién va?
-Cándido soy Pedro
-Pasa hombre y caliéntate un poco que la noche anda mu fría
Al entrar en la casa el calor era muy reconfortante, una buena lumbre de leña de encina crepitaba en la chimenea y al lado de esta un puchero de café dejaba escapar algún chorrito por la tapadera, señal de que estaba bien caliente.
-Te venía a decir que ya he cobrado el guarro grande en lo de Lázaro, para que fueses a por él mañana y hagas una buena chorizada.
-Pues muchas gracias, pero mejó ir ahora, lo vaciamos y lo colgamos para que se oree con el relente de la noche.
La noche terminó con un buen café de puchero en casa de mi amigo Cándido. Y con el magnífico cochino colgado de la encina próxima a la casilla.
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