[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]El chorco de los lobos está situado en el Valle de Valdeón, concretamente en el Monte Corona al pié del camino de Caín, en la ladera del Macizo Occidental o Cornión, muy cerca del río Cares y en frente de la Ermita de Corona, y está ahí no por casualidad, sino porque la pindia y cerrada orografía de la zona es parte fundamental para el buen uso y funcionamiento de esta trampa para lobos. Porque eso es lo que es el chorco, una ancestral trampa lobera que sirvió durante siglos para dar caza al enemigo número uno de los ganaderos, el lobo.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Se trata de una estructura circular de piedra, situada en la zona baja de la ladera y unida al vértice que forman dos empalizadas en forma de V que ascienden ladera arriba. Una de las ramas de la V, la situada más río arriba, es muy larga y va desde el propio pozo de piedra hasta las peñas inaccesibles del macizo, atravesando todo el Monte Corona, mientras que la otra es más corta y remonta la ladera del valle sin llegar a las peñas. Pero en la actualidad es mucho más que eso, es una estructura que facilita la comprensión del modo de vida en la Montaña, un baluarte etnográfico de primera magnitud y uno de los símbolos turísticos de Picos de Europa que más acercan al visitante a los aspectos humanos de esta zona.
Esta trampa cazalobos se utilizó desde hace unos quinientos años, que se tenga constancia por escrito, siendo empleada por última vez a mediados de los años cincuenta. No hay cifras exactas sobre el número de capturas, pero éste podría rondar los doscientos lobos si tenemos en cuenta algunas fuentes, aunque ha sido un dato imposible de confirmar.
Su complejo funcionamiento y puesta a punto estaba regulado por las Ordenanzas de Montería, existiendo ya constancia escrita de ellas en 1.610, fueron modificadas en 1.818 y posteriormente actualizadas en 1.912. Esta estricta normativa obligaba a todos los varones de entre 16 y 65 años vecinos del Real Concejo de Valdeón (todos los pueblos del Ayuntamiento menos Santa Marina y Caín) a participar en las monterías para capturar lobos, existiendo una distribución de los puestos a ocupar bastante compleja pero perfectamente especificada en las Ordenanzas.
Por nombramiento se designaban algunos puestos fijos:
Montero Mayor: Siempre el Alcalde de Posada si era natural de algún pueblo del Real Concejo, si esto no era así, esta figura recaía en el concejal de más alta representación que reuniera esta condición. Era el único que podía ir a caballo a la montería.
Montero Menor: Uno por cada uno de los seis pueblos del Concejo. De reconocida honradez y buenas condiciones físicas.
Monteros: Eran dieciocho en total: 2 de Cordiñanes, 3 de Los Llanos, 3 de Posada, 3 de Prada, 4 de Soto y 3 de Caldevilla.
Choceros: En algunos documentos se habla de que eran 34 en total: 2 de Cordiñanes, 4 de los Llanos, 5 de Posada, 6 de Prada, 11 de Soto y 6 de Caldevilla. Éstos se situaban en los “chozos”, pequeñas construcciones camufladas, situadas ya entre las dos empalizadas, y encargados de que una vez el lobo había entrado entre ellas, no se volviera y continuara avanzando hacia el pozo. De lo que sí hay constancia firme es de que los últimos tres choceros, los situados más cerca del chorco, estaban provistos de un “chuzo”, especie de lanza con la que obligaban al lobo a caminar los últimos metros antes de caer en el foso. Los hombres encargados de ocupar estos puestos eran seleccionados entre los más fuertes y valientes del Valle.
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Montaneros: Los escritos hablan de diecisiete en total, y eran los que se ocupaban de cerrar los pasos de posible huida del lobo por canales y sedos ante el acoso de la batida. Estos sitios eran Los Cabidos (salida hacia la Canal de Capozo), Tras la Envernosa (canal próxima a la anterior), Sedo de las Ventosas, La Hoz de Caín y El Jucabero.
Enramadores: Eran dos, uno de Prada y otro de Los Llanos, y cubrían con ramaje fino la boca del chorco y los alrededores, evitando cualquier sospecha que la construcción pudiera levantar en el lobo. También eran los encargados de evitar que el lobo pudiera escapar de la trampa, para lo que disponían de un venablo, así como de desollar al animal.
Espías: Eran dos, y se encargaban de hacer cumplir las normas, acusando ante los Monteros a aquellos que no cumplían con su labor.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Todos los pueblos cuidaban de forma colectiva de un buen mastín, y los vecinos eran responsables de que estuviera en perfecta forma para colaborar en la captura del lobo, salvo Cordiñanes, que tenía prohibido el uso de estos perros para asegurar que no evitaran el paso del lobo hacia Corona. Solo estaba exento el pueblo que tuviera una hembra mastina y estuviera criando en el momento de la caza.
Los preparativos de caza comenzaban en los primeros días de noviembre, como indican las ordenanzas, momento en que se ponían a punto las empalizadas, enramando bien toda la cerradura en previsión de la presencia del lobo, por ser a partir de esta fecha cuando más fácil era que el lobo bajara hacia Corona en busca del ganado que allí se juntaba y también más fácil de detectar sus rastros en las zonas más altas por la posible presencia de nieve. Cada tramo de cerradura estaba al cargo del cuidado y mantenimiento de un vecino.
Pero hasta esto estaba regulado, ya que se prohibía cortar árboles y ramaje grueso dentro del área de la empalizada, teniendo además la obligación de plantar árboles los encargados del mantenimiento, con el objetivo de que el lobo no solo no sospechase de esta zona sino que la encontrase atractiva y querenciosa, evitando que rehusara entrar.
En algunos pueblos había un encargado de mirar todas las mañanas determinados sitios de paso del lobo para comprobar la presencia de rastros, como era el caso del encargado de Cordiñanes, que debía mirar diariamente la presencia de rastros en el lugar conocido como El Canto. En caso de dar cuenta de ello, avisaba lo más rápido posible al montero, quien desencadenaba el procedimiento de llamada al lobo. Éste consistía en tocar la campana dos veces, tras lo cual, los participantes en la caza tenían media hora para reunirse en el lugar preestablecido, Santa Eulalia en Posada.
A partir de ese momento comenzaba la batida y desplegándose los cazadores de una forma ordenada, conducían el ojeo hacia el Monte Corona, donde la estrechez formada por la confluencia de los macizos Central y Occidental reducía las posibilidades de huida del lobo solo valle abajo. La busca era conducida con códigos de sonidos producidos por las voces y turullos de los que así debían hacerlo.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Cuando el cánido rebasaba la altura a la que se encuentra el chorco, los cazadores realizaban una maniobra envolvente de manera que el lobo encarara la empalizada alta, obligándole a ir bajando por la ladera hasta que entraba dentro de las dos cerraduras, donde el lobo solía darse cuenta de la trampa, pero demasiado tarde, los choceros le forzaban a seguir avanzando hacia el foso.
Cerca de donde se juntan las dos empalizadas, éstas disponen de un techado, evitando que en esos momentos de máxima tensión el animal pudiera saltar por encima de la cerradura, optando por buscar la huida en el agujero practicado en la parte baja del vértice del cerco, en cuyo otro lado se encuentra el foso, eso sí tapado y camuflado con ramas finas. Para evitar la posibilidad de que en el último instante el lobo descubriese el engaño del enramado y saltara al otro lado del pozo, el agujero de paso al pozo tiene una altura tal que, un lobo de tamaño normal deba pasar agazapado, impidiéndole así adoptar la posición de salto al tener flexionadas las patas traseras y no poderlas estirar. A estas alturas ya era inevitable, el lobo estaba en el chorco.
Los puestos de los cazadores fijos, no se podían abandonar mientras ondeara una bandera en el Cueto Pardo, un lugar desde donde todos podían verla.
Una vez capturado el lobo, se aprovechaba su piel o su cabeza para subastarla si había quien pujara por ella y, a menudo, los cazadores la exhibían por los pueblos, siendo recompensados con ofrendas de los vecinos que no habían participado, sabedores del peligro que se habían quitado de encima.
Todas y cada una de las obligaciones de los participantes de la cacería tenían una sanción por incumplimiento, incluido el mantenimiento de la cerradura, donde el descuido se pagaba con once reales y cuarenta si el lobo escapaba por el agujero, de cuyo pago debía responsabilizarse el vecino que tuviera asignado dicho tramo. Los choceros no debían dormirse o despistarse, pues el descuido se pagaba con 20 reales. Especialmente caro se pagaba el descuido en los lugares de fuga del lobo guardados por los montaneros, ya que si escapaba por esas canales la sanción era de dos ducados. Proporcionales sanciones recibían aquellos que faltaban a alguna norma, pero también había recompensas, como los cuatro reales que recibía aquel que avisaba de la presencia del lobo, una vez que ésta se había confirmado.
La eficacia de esta trampa, dependiente por completo de la organización de los participantes, se pone de manifiesto si tenemos en cuenta que se siguió utilizando mucho tiempo después de que las armas de fuego fueran comunes.
La minuciosidad con que se detalla en las ordenanzas las obligaciones de cada uno de los participantes, da una idea de la importancia que tenía la lucha contra el lobo, ya que por esos tiempos, el bienestar de una familia podía depender completamente de que sus rebaños fueran atacados por el lobo o no, al tratarse de unas economías de subsistencia basadas en la ganadería. De la misma manera, resulta casi espectacular, visto desde la actualidad, la organización conseguida entre varios pueblos dirigida hacia la defensa de intereses comunes.
Por otro lado, la presencia del Chorco y su utilización para procurar la eliminación de los lobos que se adentraban en las zonas donde había ganado, sirvió para procurar un alto nivel de conservación del Monte Corona desde hace cinco siglos, lo que actualmente hace que dicho monte sea uno de los bosques mixtos más relevantes de la Cordillera Cantábrica dada su especial ubicación, abundando especies arbóreas como tilos, fresnos, nogales, quejigos o robles monumentales, además de una rica flora herbácea.
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