Parece mentira que, con el gran problema que tenemos con los conejos en este país, lo más ocurrente que se le viene a la mente al personal sea que vamos a tener que cambiar el nombre a España, porque ya no es ‘tierra de conejos’. No soy quien para dar consejos o soluciones, tampoco quiero intentar quedar como una mente brillante, pero lo que sí me queda claro es que tengo ojos, oídos y paso demasiado tiempo pisando terrones. Solamente voy a contar lo que pasa por delante de mi nariz.
El conejo, en manos de otros, tendría futuro, al igual que los bisontes, el oso, la nutria e, incluso, el tigre, especies que, por suerte, no han caído en manos de los cazadores y legisladores españoles. No, no se alborote el gallinero, esto es así y se ve dando un paseo en tren o por una autovía, zonas en las que, casualmente, no entra la mano de ningún ‘gestor’, ni cinegético ni administrativo. A los pobres conejos de las vías públicas nadie les tuvo en cuenta hasta que se convirtieron en reserva cinegética; después comenzaron a ser fuente ingresos para enteraíllos que pedían permisos personales a Fomento y ahora van a pasar a ser de gestión directa de las comunidades autónomas… ¡Ahora sí que los vamos a exterminar!
Mientras tanto, nadie se ha preguntado jamás las razones por las que desaparecían de los cotos, y se los ‘repoblaba’ de miles en miles. Y aquello que se tragaba los primeros mil, ya fuese hábitat, enfermedad, animal o cosa, se seguía tragando todos los que le echasen. Las repoblaciones ‘funcionaban’ porque, de cada partida que se echaba se cazaba el 70% cada año; es decir, se mataban, pero no criaban…
Por otra parte, las administraciones han derrochado cientos de millones en cría de linces, recuperación de águilas imperiales y reales y demás ‘fungibles’. Y, digo yo, una vez que tengamos cien mil linces, águilas y demás, criados en cautividad, ¿qué les vamos a dar de comer una vez reintroducidos? ¿Almendras garrapiñadas…?
Humildemente, considero que, en lugar de gastar tanto dinero en centros de cría, quizá fuese más indicado habilitar a más agentes medioambientales que protegiesen los lugares donde águilas, linces y conejos deberían estar coexistiendo, o ‘interaccionando’, como dicen los listos.
También, desde la humildad, creo que los cazadores deberían comportarse como lo que son: cazadores, y no como veterinarios, biólogos, ingenieros de Montes o genetistas. Y digo esto porque he visto cómo los aficionados han montado majanos donde nunca lo hubiese hecho un conejo; les he visto vacunar, en pleno verano, con los viales de las vacunas al sol; también he observado cómo, cuando la cantidad de conejos flojeaba, abrían tiraderos en los zarzales…
Los conejos se han translocado sin ninguna base y sin ninguna preparación (caja, conejos, zanahorias y 700 kilómetros), y se han repoblado sin ningún criterio y en unas relaciones porcentuales de sexos más propias de bar de carretera que de laboratorio de facultad o escuela técnica.
A miles de poblaciones estables se les ha bombardeado con individuos enfermos, portadores o vacunados con algo que, vaya usted a saber si era mixo o parvovirus. A otras poblaciones se las ha sacado, manoseado e inyectado virus para lo que ya habían desarrollado resistencia ellos solitos. No me puedo resistir a contar lo de los remedios caseros, tales como el cortar un trozo de oreja a los conejos enfermos para «¡aliviarles la presión de la cabeza…!».
Muy pocos cazadores se han planteado si los conejos son familiares, si cada vivar y su entorno soportan una carga determinada y no más; nadie se ha preguntado los motivos por los que una coneja joven cría en un pequeño agujero, en lugar de hacerlo en la seguridad de un vivar. El caso es que sí que han pensado en cruzar conejos de campo con domésticos e, incluso, con esos importados de Australia, de los que ahora se habla y que muchos buscan con afán.
Otro tema son las alimañas: cuantas más se matan menos conejos hay o, al menos, lo parece. Nadie habla de ‘efectos sumidero’ o los motivos por los que, donde hay un nido de azor, desaparecen las urracas. Nadie se ha cuestionado qué es lo que hace que un conejo se salga de la seguridad de un agujero exponiéndose a una muerte segura. Tampoco nadie ha querido averiguar las razones por las que, tras capturar a todos los integrantes de una zorrera, ésta se llena de conejos a los pocos días. Tampoco sabemos si es cierto que cuanto más se mete el bicho en los vivares, más conejos crían en ellos…
En fin, nos preocupamos por saber cuáles son los perdigones más efectivos, las armas más eficaces y los mejores equipos, buscamos a los mayores expertos para que nos recomienden una variación de un gramo en un cartucho, pero no nos preocupamos de leer lo que los científicos nos pueden enseñar sobre conejos. Quizá el problema sea que hay que aprender a leer…