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 'Brotes verdes' en Doñana un año después del gran infierno

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MensajeTema: 'Brotes verdes' en Doñana un año después del gran infierno   'Brotes verdes' en Doñana un año después del gran infierno Icon_minitimeJue 28 Jun 2018, 10:37

'Brotes verdes' en Doñana un año después del gran infierno

CHEMA RODRÍGUEZ Huelva

28 JUN. 2018 10:19

Recorremos el campo de batalla en el que el parque pelea contra la destrucción que dejó el fuego hace 12 meses . Entre la desolación, brota el verde de una esperanza «moderada»

La carretera del fuego: kilómetros de desolación

Una hilera de sacos terreros. Y otra y luego otra. Un paisaje fundido a negro. Desolación. Esqueletos carbonizados de lo que algún día fueron pinos y camarinas. Y entre tanta destrucción, restos de verdes que salpican, aquí y allá, un escenario que cualquiera confundiría con el de una batalla. En realidad, lo es. Es el campo de batalla en el que Doñana libra su última guerra contra la enésima amenaza que a punto ha estado de acabar con el mayor tesoro medioambiental del sur de Europa, una joya natural tan protegida legalmente como indefensa frente a desastres como el que ahora hace un año se desató en un paraje conocido como Las Peñuelas, en el término municipal de Moguer.El fuego se extendió en sólo unos días por más de 10.000 hectáreas, más de 6.000 de ellas en el parque natural de Doñana. Y el paisaje de sacos terreros que parece hoy un campo de batalla fue una de las víctimas.
LAS LLUVIAS DE ESTA PRIMAVERA HAN TENIDO MUCHO QUE VER EN LOS ATISBOS DE RECUPERACIÓN QUE JALONAN LA TIERRA
Antes de que el fuego tornase el verde de pinares y matorral en negro de ceniza, el Médano del Asperillo era uno de los enclaves más preciados del espacio protegido que rodea al parque nacional de Doñana, un ecosistema único del que, un año después, poco queda. Es una sombra de lo que fue, aunque la batalla que atestiguan las barricadas no está, ni mucho menos, perdida.Las jaras, los jaguarzos, las loeflingias, los acantus y, sobre todo, sobre todo, la camarina, disipan el negro con el que el fuego coloreó toda la zona y evidencian que la vida en Doñana, pese a todo, no ha desaparecido. Hay motivos para el optimismo, un optimismo «moderado» como le gusta especificar a Miguel Ángel Maneiro, técnico de Doñana y coordinador de la comisión que se creó tras el fuego para asesorar sobre qué hacer el día después y el mes después, y el año... Porque la huella de destrucción que las llamas dejaron entre los núcleos costeros onubenses de Mazagón y Matalascañas no va a desaparecer en unos meses, ni siquiera en unos años. Hará falta tiempo y mucho trabajo para que la zona por la que este ingeniero forestal acompaña a PAPEL recupere el esplendor que tuvo hace sólo doce meses.Miguel Ángel Maneiro lleva toda una vida trabajando en Doñana. Allí estaba cuando el 24 de junio de 2017 se inició el peor siniestro forestal al que ha tenido que hacer frente el espacio protegido en toda su historia. «Fue duro, son muchos años trabajando aquí», recuerda mientras recorre con su todoterreno un camino que tiene grabado en su memoria desde hace años pero que, aún hoy, al año de que el fuego lo cambiara, le cuesta reconocer.Él ya estaba en Doñana cuando aquel mes de abril de 1998 se rompió una balsa de residuos tóxicos en una mina entonces desconocida en un pequeño pueblo sevillano. Se llamaba, y se llama, Aznalcóllar. Aquélla era, hasta el año pasado, la agresión más grave a la que había tenido que hacer frente Doñana, pero el incendio del verano pasado fue, como mínimo, una amenaza igual de mortífera.En realidad, la de Doñana es una historia de amenazar, «de crisis» continuas que se encadenan unas con otras y el fuego y el vertido tóxico no son los únicos ataques. La extracción ilegal de agua de los acuíferos o la presión urbanística son algunos ejemplos, sólo algunos, de las amenazas con las que convive cada día el enclave natural.
COMO DICEN EN LA GUERRA, HAY QUE ESPERAR LO MEJOR Y PREPARARSE PARA LO PEOR
Miguel Ángel Maneiro

Aunque las llamas no alcanzaron el parque nacional, para Maneiro no hay distinción y lo que ardió es tan valioso como lo que no fue pasto del fuego, un fuego rememora, vivo, que se movía a una velocidad y con unos cambios de dirección que lo convirtieron en un enemigo especialmente difícil para el ejército de bomberos y especialistas, incluida la Unidad Militar de Emergencias, que le plantó cara y que terminó venciendo. Pese a que hubo momentos, admite el coordinador del comité de restauración, en que «pensamos que llegaba a Sanlúcar de Barrameda».Dentro del Médano del Asperillo está Cuesta Maneli, una zona de acantilados que se recortan frente al azul del Atlántico en el que la lucha que mantiene Doñana contra los efectos de aquel desastre es especialmente visible. No sólo hay sacos terreros, sino también barricadas hechas con la madera quemada de los pinos que se han cortado en los últimos meses y que se han colocado a modo de defensas contra la erosión eólica, una de las amenazas que más preocupan a los expertos dada la desprotección en la que han quedado las dunas que caracterizan a buena parte del enclave natural.Fue una de las zonas en las que se actuó con más urgencia cuando la tierra todavía humeaba y, como en otros puntos de la franja negra que dejó el incendio, asoman algunos arbustos que van creando tapices verdes que sustentan ese optimismo prudente que predica el técnico de Doñana. La camarina, un arbusto de la familia de las Empetráceas, de un verde intenso, tiene mucho que ver en la recuperación que asoma por doquier. «Arquitecta de la restauración», la llama Maneiro.Pero hay otros puntos, más escondidos, en los que el verde empieza a ganar terreno con fuerza al negro. Como el Arroyo del Loro, una grieta en la franja litoral de Doñana por la que mana uno de los acuíferos de los que bebe el espacio protegido. Un vergel de helechos y alcornoques del que el fuego no dejó apenas rastro pero que ha logrado sobrevivir y regenerarse. Y lo ha hecho sin apenas intervención humana.Porque, cuenta este especialista en Doñana, en este año que ha pasado desde la catástrofe más que hacer se ha dejado hacer. Se han acometido trabajos de seguridad, de retirada y corte de madera quemada en las zonas donde era más urgente, pero la restauración en sí misma está por empezar.¿Volverá algún día a parecerse la Doñana calcinada a lo que fue? El coordinador del comité que asesora a la Junta de Andalucía cree que es posible. Si no lo creyera, dice, no tendría sentido su trabajo. Aunque es imposible saber cuándo. Depende de muchísimos factores y muchos de ellos escapan de la mano del hombre, como la climatología.Tanto es así que las lluvias de esta primavera han tenido mucho que ver en los atisbos de recuperación que jalonan la tierra quemada y que están siendo cuidadosamente estudiados por los especialistas para evaluar cuál debe ser el siguiente paso.La información, también en un siniestro ambiental como éste, es esencial. De la que se los técnicos van a recoger en el próximo mes dependerá el plan de restauración que, según las previsiones de la Administración autonómica, deberá estar redactado a finales del mes de septiembre.Tanta importancia tienen los datos que durante un mes completo, el de julio, se va a batir la zona calcinada. La información se va a recoger mediante una aplicación de móvil desarrollada expresamente para ello y que la transmitirá en tiempo real. El mes siguiente, agosto, se procesará toda esa información y a partir de ahí se alumbrará el que debe ser el plan de futuro de Doñana.El reto es inmenso y es casi imposible encontrar un caso parecido de desastre natural, cuenta este experto. No hay nada que se parezca a la tarea que está pendiente de abordar en Doñana y, de hecho, las dificultades son casi interminables.Por ahora, la batalla no está perdida y hasta las organizaciones conservacionistas, como WWF o Ecologistas en Acción, aplauden, con más o menos matices, lo que se ha hecho. Pero, apunta Miguel Ángel Maneiro, «como dicen en la guerra, hay que esperar lo mejor y prepararse para lo peor».




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