De Espera en la Casa del Terror

Como veo que este apartado está un poco paradillo y tengo algunas cosillas por ahí guardadas, aprovecho y aunque algunos ya habreis podido leerlos en otros foros o revistas os dejo por aquí esto para ver si os robo algo de tiempo y os entreteneis leyendo.

DE ESPERA EN LA CASA DEL TERROR.

Aunque el título suene un poco estrambótico, y en un principio pueda llegar hasta a asustar, lo que les voy a relatar en un principio está clasificado “para todos los públicos”, no hay mas sangre de la justa y no creo que le quite el sueño a nadie, al menos eso espero.
Corría el uno de septiembre pasado cuando habíamos quedado unos amigos en realizar un aguardo en la finca de la familia de mi buen amigo Javier, para posteriormente a la mañana siguiente tirar unas tórtolas, vamos, lo que viene a ser un fin de semana cinegético, y entre amigos, de esos que no se pagan a golpe de talonario.
La entrada a la finca la aplazamos a la tarde debido a algunos quehaceres cotidianos y a las seis estaba yo ya clavado en la puerta de su casa, tras un abrazo y acomodar los pertrechos en el maletero partimos hacia la finca no sin antes recoger al resto del personal. Tras una amena conversación durante el viaje llegamos a la finca, donde rápidamente acomodamos el “poco” equipaje y prestos nos marchamos a pistear pasos y abrevaderos, no sin antes liberar de su cautiverio a todo un acuario de peces de colorido diverso, ahí vieran ustedes a Don Javier haciendo malabarismos con la cuba de los peces mientras el jeep gateaba por la escarpada pendiente que nos llevaba al fontanal destino de los acuáticos inquilinos, la diversión estaba servida.
Poco tardamos en soltar los pececillos y ponernos al lío, los pasos a la comida estaban seguidos aunque no denotaban seguridad plena, mas abajo un lodazal estaba espléndido, con sus cuatro o cinco bañas, alambres “hasta los ojos” de barro, alcornoques refregados y un sin fin de rastros, posteriormente vimos la charca que no parecía estar tomada y volvimos para ver el sembrado, en el cual no distinguimos nada fiable.
Sin duda lo que mas me había gustado había sido el lodazal, perfecto para un tiro de escopeta, una espera de las que me gustan, de proximidad, y me pareció un lugar perfecto para que Fede, nuestro compañero, se estrenase en esto de los aguardos, ya que no había conseguido abatir ninguno en esta modalidad, y el veneno de las esperas estaba por fluir por su sangre y atraparle para siempre.
“Tranquilos”, nos tomamos un bocadillo en la puerta del cortijo, charlando sobre otros lances y otros lugares y allí mismo dilucidamos quién iba a ocupar cada postura, cediéndome ambos el fontanal, pese a mi encabezonamiento de que fuese Fede, el ocupante de tan colosal querencia, y a sabiendas de que eran varios los visitantes que el lodazal albergaba.
Daban las nueve menos cuarto cuando ya nos encaminábamos todos juntos hacia las posturas, el coche lo dejaría un poco retirado de su posición y continuaría el camino a pié hacia mi puesto. A la voz de “suerte” me despedí de ambos y poco a poco fui perdiendo de vista el olivar para adentrarme por el caminillo en el espeso montaral de jaras que desembocaba en la fila de zarzales que me llevarían a mi barrero. Con paso firme pero intentando hacer el menor ruido posible baje hacia el mismo y al llegar habiendo comprobado anteriormente el aire en la cañada, decidí situarme en la parte inferior del mismo, en un pequeño conjunto de alcornoques que formaban un pequeño balcón al camino. Lo primero es lo primero y fue acomodar la silla, limpiar el suelo de la abundante hojarasca que el bosque de alcornoque entregaba a la cubierta para no hacer ruidos y posteriormente coloqué el foco ya que hoy, la luna saldría muy tarde, sobre todo por estar hendido en el fondo de una cañada.
Todavía la luz me concedió un momento para admirar tan idílico paisaje que conformaba mi postura, y aquerenciarme con los bultos que posteriormente pudiesen aparecer en forma de sombra, para evitar confusiones, así, de frente a mi cruzaba el camino de izquierda a derecha, y en la su margen inferior, este se encontraba limitado por una pequeña alambrada de espinos, toda ella embarrada por el paso de mis peludos paseantes, y en la margen superior del camino, se extendía una soberbia mancha de jaras que perdía su estribación en el firmamento, copado este por una fila de pinos que iban a desembocar por mi derecha justo al olivar donde se encontraban mis compañeros. Por mi derecha y desde unos doscientos metros mas arriba, venían escurriéndose arroyo y camino abajo, una fila de zarzales, que desembocaban en el pequeño fontanal, donde se encontraban las bañas, justo debajo mía y un poco escoradas a la derecha. Y por mi espalda, un tremendo alcornocal, bañado de hogarzos y helechos hacían de la umbría, un lugar perfecto para los encames de mis perseguidos, del cual guardo un grato recuerdo de la pasada montería. Todo ello conformaba un paisaje espléndido, en el cual me encontraba placidamente integrado, ya solamente quedaba esperar acontecimientos.
El aire me entraba muy fijo cañada abajo, es decir de derecha a izquierda y tan solo en contadas ocasiones intentaba revocar hacia la mancha de jaras, acto que no me preocupaba ya que no esperaba la entrada de los cochinos por la solana y que como la alambrada me confirmaba, cuando la cruzaban para tomar sus veredas, iban ya impregnados del relajante barro que tanto les gusta con el calor. La noche fue adueñándose del paisaje y con ella los ruidos de los animalillos, las mirlas callaron con su llegada y el “revolcón” de una piedra a mi espalda me hizo petrificarme, miro el reloj, las diez y diez, y ya tengo invitados, tras el porrazo se hizo el silencio y nada mas volvió a resonar en la umbría, el corazón volvió a su normalidad y ahora los que me atormentaban eran los mosquitos, que empeñados en su ataque a mi integridad física realizaban vuelos rasos sobre mi rostro y extremidades, por lo que decidí colocarme el jersey que siempre me acompaña. Los grillos se las daban de contentos cuando un estremecedor grito atronó la sierra, ante tal esperpento giré mi cabeza intentando adivinar la procedencia de tal aullido, el cual para tranquilizarme intenté convencerme de que procedía de alguna zorra llamando a los pequeños. Serían las once y cuarto cuando lo escuche y justo a las once y media empezaron una serie de lamentos y quejidos que me hicieron estremecer hasta el último de mis bellos, todos erizados cual macareno en un agarre, en pié y aferrado al rifle, aguanté las sicofonías procedentes de los llanos de mi izquierda, cada vez se escuchaban mas cerca y cada vez los lamentos de lo que parecía ser una mujer, eran aún mas desgarradores, de todo se pasaba por mi cabeza y los nervios no me dejaban actuar, además de la incertidumbre de, qué sería lo que estaba sucediendo.
He de confesar que me temblaba hasta el último ápice de mi cuerpo durante los cinco minutos que aproximadamente duró el lamento femenino, hasta que de pronto todo volvió a quedar en silencio. Maldiciendo a estos dos, pensando en cuarenta mil cosas procedentes del programa de Iker Jiménez, si, ese de Cuarto Milenio, estuve a punto de abandonar el aguardo cuando el sonido de lo que parecía un grupo electrógeno me hizo recapacitar, tan solo unos minutos después unas carcajadas intercaladas con chillos y persecuciones terminó por calmar la ansiedad que dichos acontecimientos habían provocado en mi estómago.
Ya sentado de nuevo en mi aposento bebí un trago de agua, que hasta se me atragantó de la que tenía todavía encima y poco a poco mis pulsaciones fueron volviendo a la normalidad, ya me parecían normales los juegos que los jóvenes mas abajo estaban realizando, a la vez de acordarme de su familia por estar estropeando mi tranquila noche de aguardo.
A las doce de la noche un doble pitido de un vehículo acompañado de unos portazos me hizo presagiar que se marchaban, lo que confirmé cuando el motorcillo cesó en su persistente ronroneo. Eran las doce y cinco, y todo volvía a quedar en calma, el aire soplaba ahora un poco más fuerte pero continuaba fijo, cuando un crujir de jaras me hizo adivinar que algo se movía en la fachada del frente, ya mismo tiran, pensé.
No tardaron en aparecer los habitantes, a las doce y cuarto comencé a escuchar claramente como se acercaba imparable un cochino por la parte de mi derecha, era tal el alboroto que me hizo descartar un solitario inclinándome a alguna cochina acompañada de su prole.
La luna ya comenzaba a alumbrar los helechos por mi espalda cuando el ruido incesante de los pasos del jabalí continuaba acercándose, el seguro pasó a su parte roja y la tensión se hacía palpable, algunas veces me parece que van a escuchar el latir de mi corazón, ya veo como se mueven los helechos, si, un poco mas le decía mentalmente cuando apareció de entre la espesura un pequeñajo que podía pesar unos 40 kilos, lentamente me encaré el rifle y disfruté tanto casi como él viéndolo hozar el fresco barro, como éste andaba entretenido y el sonido de la hojarasca continuaba incesante, bajé el rifle y esperé que los demás hicieran aparición en plaza, para descartar al posible escudero. El segundo se entretuvo un poco más y la tensión subía por momentos imaginando la silueta del gran montaraz solitario, escudado esta vez por un aprendiz menudo, pero no, al instante saltó sobre el barro otro cochino que por su tamaño debía de ser idéntico al anterior, ahora si metido en el visor, encendí la luz y se descubrió la figura mas aterradora que he visto en mi vida de esperista, el cochino mas feo que mi vista ha vislumbrado, era pequeño, con el hocico largo, delgado y estirado como una espingarda y con tal desmelene que una cabra con sarna se me antojaría bella a su lado, sin enterarse continuaba hozando y apagué la luz, volví a sentarme mientras continuaba sintiendo ruidos en la espesura.
El tercer cochino lo adiviné de oído un poco mas tarde, sorprendido miré el reloj y marcaba la una y cuarto, el tiempo había volado y los bañistas continuaban disfrutando, muy lentamente esta vez se aproximaba un nuevo invitado, parándose con frecuencia a enredar con las piedras que al voltear causaban un estruendo celestial para mi atención, los minutos pasaban y con los chapoteos de los chiquitines no podía adivinar la posición del tercer cochino, por un momento empezaba a ponerme nervioso, y tras unos minutos que a mí se me hicieron horas comencé de nuevo a escuchar aproximarse al jefe, rifle al hombro, fui levantándome para observarle entrar, así fue, por los mismos pasos que los dos anteriores apareció uno de mucho mas porte, su tamaño indicaba un animal adulto que presto se atareó con los primeros charquillos del lodazal, con él totalmente cruzado eché la luz, cual sorpresa fue la mía que su cabeza quedaba oculta tras el troncón de un alcornoque, y solamente vislumbraba sus posaderas, que tras examinarlas con el visor en los seis aumentos pude comprobar que carecía de testículos, por lo que deduje su sexo femenino. En esas andaba cuando de un salto la cochina se coloca firme y me da la cara a la luz y con su mirada fija y los pelos erizados da un bufido que causa la estampida de todos los elementos, acto seguido apagué la luz y volví a posarme en mi silla para sentir como se alejaban mosqueados entre los helechos por donde mismo habían venido.
Un tronchar de jaras me hizo pensar que alguno había cruzado la alambrada en la estampida, el reloj marcaba las dos menos veinte y como estaba disfrutando decidí aguantar hasta las dos antes de quitarme, para darles un poco de tiempo a los compañeros, ya que los jabalíes en su huída, habían tomado rumbo hacia ellos. Un poco mas tarde y muy levemente me pareció escuchar un roce en la mancha, que se aproximaba de manera intermitente. De nuevo alerta el seguro volvió a su posición roja, pasaron diez minutos hasta que por fin, a las dos menos diez el tintineo de los alambres me indicó que algo se había colado, y acto seguido pude ver como la luna se reflejaba en el lomo plateado de lo que parecía ser un cochino ya adulto, rifle de nuevo a la cara y aumentos a tope para poder examinarlo. Había luz suficiente y aprovechaba el reflejo en uno de los charcos, para cuando abría la boca intentar adivinar en ella el tamaño de los colmillos, tras varios intentos fracasados, desistí de ello tras pensar que lógicamente si no había colmillos difícilmente los podría ver. Volví a sentarme disfrutando de la presencia de nuestro peludo paseante, que gozaba retozando en el barro, cuando de pronto, un bufido y de un salto se incorpora, todo queda en silencio, otro bufido y sale del lodazal por entre los helechos por donde mismo salieron los demás, un poco mas tarde escuche el sonido del 4x4 que se acercaba a recogerme, todo había terminado, las luces ya bajaban por el camino. Al llegar a mi situación, bajé del pequeño balcón, y recogiendo las cosas en el maletero, les fui contando lo acontecido, ahora a dormir que mañana nos esperan las tórtolas…

guapo si señor, muy guapo

precioso relato kas, me ha gustado de veras

Eres un fenómeno con los relatos Carlos!!!!!!!!!

Bonito relato Carlitos.

Muy buen relato y una espera muy entretenida con susto incluido.

buen relato

Bonito relato.

Un saludo.

Gracias, ya os iré dejando caer algo según vaya viendo que esto se queda un poco parado. Un abrazo.

Relato entretenido, que demuestra una vez más, que los aguardos son en sí mismos caza en su más pura esencia, se tire o no....siempre se aprende. Un saludo.