Berrea 2013

Después de tantos años yendo de caza con mi padre, quería ser yo el que por primera vez le sorprendiera llevándolo a él, no sin bastante oposición por su parte, pero sabiendo que con amigos de la mano eso iba a ser único. Voy a intentar no enrollarme en exceso con los detalles y sensaciones, veremos si lo consigo.
Las semanas y días previos fueron para el recuerdo con la sucesión de acontecimientos que estaban por venir.
Bajo la atenta mirada del Santo nos recibía la sierra todavía reseca, agostada y en silencio, que apenas era roto por algún lamento, demasiado lejano, demasiado sólo. Por delante, un fin de semana mágico en casa de buenos amigos.
En la salida de la tarde, no hay suerte. Yo vi uno precioso según entramos en la finca, que con la mirada que con la mirada que nos cruzamos guarda y yo lo dijimos todo, acabamos de empezar...
Espera de disfrutar viendo las reses bajar por el barranco a la siembra, de sentir el monte y a las reses en sus correrías, los bufidos de los cochinos peleándose por la comida y el ladrido de las ciervas. La berrea enriscada, muy alta, y los que van bajando son demasiado jóvenes.
En la casa me cuenta mi padre que tampoco tuvo suerte, que el calor le hizo pasar un mal rato mermándole sus facultades a la hora de intentar culminar un lance demasiado lejano al que no llego a tirar. Pero disfrutó muchísimo sintiendo al venado berrear al lado, respondiendo a aquellos que pretendían arrebatarle sus hembras, y que le pareció efectivamente muy grande.
La compañía es magnífica, insuperable, y la cena y las copas se alargan disfrutando de algún berrido más. Estamos muy a gusto hablando, pero acabamos por retirarnos a la cama, no sin antes fijar un plan de actuación para el día siguiente.
Mi padre vuelve a repetir zona, esta vez sólo acompañado por Jose Carlos. Yo en cambio voy con el pro a otra zona más alejada, a ver si hay suerte. Me alucina comprobar como se parecen unas zonas a otras allí, y a la vez son tan distintas.
Disfruto como un enano de camino hablando de caza y de la temporada que se nos viene encima... ¡Qué ganas! Al llegar vemos varios venados al lado del camino antes de bajarnos del coche. Se callan los cercanos, y mientras esperamos a que amanezca decidimos asomarnos por el costado de la ladera haciendo vista hacia la siembra y comienzo de la sierra, que ahí está la berrea más encendida. No hay suerte, vemos uno que pinta muy bien, largo y de pocas puntas largas, pero no da opción. Aguantamos en la zona revisando los puntos más calientes, pero no está la berrea en su punto álgido.
En la casa me cuenta mi padre que había disfrutado como un enano. A ellos les volvió a salir el venado grande, tan grande lo vió, que en vez de meter aumentos metió dioptrías al visor. Para cuando se tranquilizó y se dio cuenta de su error, ya se le había escapado. Intentando cortar su retirada dieron con un 14 puntas muy bonito, que finalmente tiró a más distancia de lo que suele tirar, fallándolo por poco. Que aún así había visto muchos más y que Juan Carlos le había estado contando muchas cosas de caza que le habían gustado muchísimo. Yo le miro y veo que hay que animarlo, que aunque se lo toma bien, se tira de los pelos... ¡Jejeje! Estas son las cosas que hacen único a mi padre y que luego siempre recordamos con cariño. Insisto en que quiero ir con él para darle tranquilidad y apoyarle. Estamos terminando de desayunar cuando la berrea empieza a dispararse y nos avisan de que el guarda está en una zona en la que están muy calientes. Para allá vamos.
Ya desde el coche se ve que efectivamente hay muchos de ellos que se dejan ver incluso enzarzados en sus disputas. Después de organizarnos intentamos varias aproximaciones, pero sin éxito. El campo demasiado seco y que todavía no están “totalmente enajenados” con sus amores no nos da muchas opciones. Lo dejamos para la tarde.
A relajarse en la piscina charlando todos, que por la tarde vamos a ser muchos más y hay que repartirse. Entre otros llega el bueno de Dani listo para darlo todo a ver si ya caza el venado que se le resiste en su finca. Decidimos salir a eso de las 4 sin hacer pereza, Dani también nos acompaña.
Esta vez si vemos que alguno lleva una buena paliza encima a la zona a la que nos dirigimos. Al primero al que intentamos hacerle una entrada no tarda en poner distancia y altura por medio. Las ciervas le protegen. Probaremos los del otro lado que alguno parecía más grande. Fijamos el plan de actuación y poquito a poco, poquito a poco...
¡Clin!, da resultado. El venado, majestuoso, imponente y escamado acaba por levantarse y mi padre le alcanza con un tiro perfecto al codillo. A pesar del rosetón visible, se nos mete en el monte. Nos distribuimos en su búsqueda, porque no acabamos de dar con él. Al final aparece a escasos metros siguiendo el abundante rastro de sangre en línea recta hacia abajo en el filo del monte (pensábamos que se había ido más hacia la derecha). Es precioso, un venado de sierra ya hecho, bien de altura y muy bien de grosores. Menuda alegría, ya está el trabajo hecho, con esto me doy más que por satisfecho. Alegría y fotos. Cargamos el venado a la pick-up, que afortunadamente pudimos acercar, porque sino seguimos ahí tirando de todos esos kilos por piedras y jaras, y nos distribuimos en los coches.
Dani va a su finca, "¡suerte!". Nosotros cambiamos de zona. Bajamos del coche y nos repartimos, en esa zona la berrea es un clamor. Nos habían dicho que por la tarde se dejan ver y oír más, y ¡qué razón tienen!. Hay uno berreando relativamente cerca y decidimos hacerle una entrada mientras el pro y su padre van a intentar dar caza a uno que ya tienen visto pero que se las sabe todas. Mi padre se queda atrás a regañadientes, porque a los dos nos hubiera gustado intentar hacer la entrada juntos, esperando acompañado, mientras yo me voy aproximando muy lentamente con Pepe siguiendo las veredas bordeando un montículo. Nos ladran varias veces ciervas del otro lado, pero seguimos oyendo al venado en el otro lado berrear y a otros aproximarse. Cada berrido un paso, con suerte dos, mucha tensión, los labios resecos, falta el aliento. Cuando coronamos, nos lo tapa la vegetación, pero apenas nos separan 20 metros de las primeras ciervas. Nos parapetamos con unos escobones y esperamos acontecimientos. Más ciervas vienen por detrás, nos detectan, amagan con irse tras varios ladridos, pero acaban por entrar también a la plaza que empieza a estar muy concurrida. Ya se sienten las carreras y berridos de los otros adversarios al lado y pienso que en cualquier momento se me sale el corazón por la boca. Veo al venado cruzar varias veces por un viso cercano, pero hay que tener paciencia. Sólo las ciervas y varetos se dejan ver bien, que en su búsqueda de amparo se sitúan en la zona más alejada del campo de batalla. Ellos andan en el filo del asiento contrario dirimiendo sus posesiones. Las pepas se nos vienen cada vez más encima y veo imposible que no acaben por llegar a nuestro escobón y dando la voz de alarma. Finalmente una de ellas baja un poco y cruza a la solana, ¡y lo hace a 15 metros! Una a una van cruzando todas ellas por el mismo sitio, rezo para que no gire ninguna la cabeza mientras me esfuerzo por no bracear para quitarme el sudor. Dejo de contar a partir de la duodécima porque me parece que están arrastrando a los contendientes y no quiero que me pillen agazapado sin opción de tiro. El escobón está en medio, pero moverse no es una opción. Veo por donde va a asomar, le veo los cascos y una barriga negra, está más largo, quito el seguro. Ya lo veo, él a mi también, me encaro e instintivamente tiro del gatillo de atrás para poner el pelo. Veo el escobón en la parte de abajo del visor pero no puedo moverme o se irá todo al traste, la escena se congela y tengo la sensación esa de entrar en trance, quiero y no puedo, no quiero quitarle la vida, ojalá pudiera... ¡PUM! El tiro del viejo cerrojo de mi abuelo me sorprende. Llego a ver por la mira que es mortal de necesidad y yace pocos metros más allá. Mientras esperamos a que se enfríe llamo a mi padre para que venga. Nos fundimos en un abrazo. “Tendría que haber sido al revés padre. Este rececho era el que yo quería para ti. Ya tenemos excusa para repetir el próximo año hijo.”
A todo esto, el venado que tenía un tiro en la base del cuello empieza a cabecear. Acabamos rematándolo a cuchillo. No hemos sentido tirar ni a Dani ni al otro grupo que, desgraciadamente, no tuvieron suerte. Subimos el venado a la pick-up y nos retiramos con las últimas luces del día. No sin antes hacernos las fotos.
En la casa el ambiente es estupendo. Comentando sobre los lances, lo que nos deparará la próxima temporada, proyectos, etc.
El domingo todavía tuve cuerpo de acompañar a Dani a cazar al salto y a matacaballo la berrea. ¡Jajajajaja! Una semana así y no hay kilo que se resista. Lo pasamos genial, sólo faltó que llegáramos a culminar un lance fugaz que tuvimos pero que no pudo ser. Todavía hubo tiempo entre piscineo y piscineo de hacer algo de gestión, y para hablar largo y tendido de caza.

Las fotos os las mando más tarde, que me tengo que ir pitando.