Algo se muere en el alma…
Ronda Pablo los 40 años, persona modesta, de trato afable, de hablar tranquilo, abierto a la conversación y con una sonrisa siempre en la cara. Pero esta vez se mostraba con el ceño fruncido, cara triste y sin ganas de hablar.
La luz era tenue en la sala grande, el mobiliario escaso, una pesada y gris televisión con “culo”, un mueble que la sujeta desde que llegó a la casa y que antes había sujetado la de blanco y negro que hubo antes, y es que, tal y como los matrimonios de ancianos enamorados, después de tantos años no se entiende la existencia del uno sin el otro, del mueble sin la televisión y viceversa.
En el centro hay una mesa camilla, con faldas de paño gordo coronada por un pañito, todo ello rematado con un jarrón blanco sin flores ni ornamentos, en el que apenas se lee: Recuerdo de Talavera, sillas de madera labrada, con la tapicería gastadas en la zonas de “roce”, y dos tresillos cómodos, acostumbrados a aguantar siestas largas, cubiertos, cada uno, por una tela que les ayuda a aguantar el paso del tiempo y que va a juego con las cortinas de color tierra. Al lado hay otra habitación que se adivina más pequeña, de dentro sale de vez en cuando algún sollozo de mujer, y el típico comentario: “no somos nadie”
Pablo, sentado en una silla, levanta la cabeza al escuchar un portazo en la puerta de la calle, aparece a través del pasillo la figura de un hombre joven, alto y fuerte de unos 35 años, rubio, peinado a raya, como si está hubiera sido hecha por un delineante dada su rectitud. Ambos se funden en un fuerte abrazo, de los de verdad, resultado del cariño y el apego que dan las vivencias de muchos años.
¿cómo te has enterado Pachón ? –pregunta Pablo- te llamé ayer pero estabas sin cobertura.
Vi la llamada, pero ya no hizo falta que te llamará tenía un whatsapp de tu hermano- contesta- Menuda putada ¿no?, operarse para quedar mejor y salir con los pies por delante,…, menuda putada.
Ya ves,… ¿quieres verlo? – dice Pablo a la vez que se incorpora poniéndose de pie.
Los dos hombres entran en la habitación donde 4 mujeres sentadas en sillas, está calladas y mirando hacia el suelo, a los pies de una caja de madera brillante, donde yace un difunto de unos 70 años, con un brillo cetrino, que hace disimular sus facciones duras y marcadas.
Una de las mujeres se levanta al ver a los dos hombres y le da dos besos en el rostro
Te acompaño en el sentimiento tía- dice Pachón con los ojos llorosos.
La mujer rompe a llorar y se sienta de nueva sin contestar.
Los dos primos permanecen de pie observando el muerto y pasados unos minutos sin mediar palabra salen y se sientan los dos juntos en uno de los sofás. Pachón se va secando con el dorso de su gruesa y trabajada mano las lágrimas que recorren sus mejillas.
Por lo menos ha muerto sin enterarse,…, -le dice a Pablo mientras le posa la mano en el hombro-
En fin es lo que hay, no hay que darle vueltas- contesta Pablo con pocas ganas de hablar.
¡qué jodío era el tío!, ¿te acuerdas como me puso el mote?- dice con media sonrisa Pachón y sin parar mucho sigue contando- no se si tu te acordarás pero a mi no se me olvida en el vida.
Me acuerdo que llegamos a la casa del monte a primera hora y nosotros que aunque llevábamos escopeta, éramos unos críos, íbamos helados de frío. Anda que tardó mucho tu padre en pegarle fuego a una aliaga y liar la lumbre, nos vino de miedo porque yo había dormido poco pero tu… tu estuviste toda la noche de “jaleo” con la Marta,…, ¿te acuerdas?
No me jodas Pachón, que no es el momento-espeto Pablo.
Mira Pablo te cuento todo esto para que te animes y porque se que a tu padre le ha gustado y le seguirá gustando que nos llevemos bien y era una persona que le gustaba que los demás, los suyos, fuéramos felices. Que se ha muerto porque se le ha parado el corazón, pues ya está, y es una putada pero hay que acordarnos de él cuando estaba bien y no darles vueltas.
Tienes razón- contesto Pablo suspirando de manera profunda.
Que montonera de caza juntamos, …, ¡madre mía!-siguió contando Pachón- recuerdo que tras calentarnos se colocó tu padre en lo alto de un chaparro, encima de las bocas y nos mandó a cada uno a un lado de la corriente con las perras.
Más de dos veces me lo ha hecho a mi, últimamente, no podía andar y le costaba llegar, pero la puntería a “rueda pará” no la ha perdido hasta el final.
Entran otros dos hombres al salón, Pablo le saluda con un fuerte apretón de manos y volviéndose hacia su primo, le dice mira Valentín –que es realmente su nombre- estos son compañeros de trabajo: Ramiro y José Manuel, son también cazadores.
Pachón se incorpora del sofá y les da un apretón de manos a la vez que les dice “Tanto gusto”.
Pablo pasa a avisar a su madre y esta sale para recibir el pésame de los recién llegados, volviendo rápido al lado de su marido.
Pronto los otros cuatro entablan una conversación en la que Pachón lleva la voz cantante:
He estado arando una tierra al lado del monte, he visto dos liebres. En otros tiempos las hubiera “liquidado desde lo alto” con el martillo que siempre lo llevo en la caja de herramientas de la cabina. Pero ahora es que no hay cuatro en toda la finca donde trabajo.
¿cazas con Pablo?- pregunto uno de los recién llegados.
De toda la vida, es un fenómeno, toca todos los palos, con los hurones no hay otro que los entienda como él y las perdices, controla las querencias, los vuelos, el aire,… aunque si sabe algo es porque su padre, mi tío, se lo ha enseñado. Siempre ha intentado enseñarnos a cazar pero sobre todo a que entendiéramos los animales- Pachón hace un gesto con la palma de la mano indicando a sus contertulios para que le sigan a un rincón de la habitación con la intención de no molestar con su conversación y romper el duelo.
Mi tío – les sigue contando- cuando tirábamos una pieza y no la encontrábamos siempre nos decía lo mismo: “ si tu fueras perdiz, ¿qué harías?”.
Ya estás con las batallitas Pachón- interrumpe Pablo con una media sonrisa forzada- ¿ya os ha contado de donde viene lo de Pachón?, cuéntaselo anda, que si no, no te vas a quedar tranquilo.
Es que la historia es muy buena -dice Pachón con los ojos mostrando sus ganas de contar- os cuento, llegamos una mañana al montes los tres y mi tío nos dijo que íbamos a cazar el Barranco de la Meona, que es una corriente de monte bajo que hacía unos años habían roturado y repoblado de pinos y chaparros, no es que fuera el mejor del coto, pero es muy querencioso para que duerma la perdiz y para que se despiste algún conejete. A Pablo y a mi nos mandó a rodear las dos laderas y el se quedó en la entrada desde la carretera, entonces andaba como un gamo pero, prefirió quedarse.
Nosotros habíamos salido la noche de antes y nos habíamos acostado tarde- sigue contando, omitiendo a propósito los detalles de la noche para no ser indiscreto- entonces estábamos un poco despistados por la falta de dormir y no entendíamos porque nos mandaba al final de la corriente para luego volver, cuando siempre habíamos cazado eses sitio en mano entrando con el aire de cara y esta vez lo íbamos a hacer de otra manera. Total que llegamos al final e hicimos el camino de vuelta por la corriente, entramos con dos perras “cruzas” que teníamos, yo maté un par de conejos y Pablo otro,…, y volamos las perdices largas al entrar con el aire mal, pero mi tío no tiró, lo cual nos preocupó.
Total que seguimos andando, el monte estaba mojado, llevábamos las perneras de los pantalones mojadas hasta la rodilla, porque ahora hay goretex, pero entonces no.
Las perras bajaban y subían por las laderas pero llegó un momento que no quisieron bajar al barranco, no sabía por qué, era cosa rara. Total que tras tirar un par de piezas más, llegamos a la altura de mi tío.
Al llegar estaba como enfadado y nos preguntó: ¿qué habéis visto?
Dos conejos que han echao´ las perras y los hemos matao´- le contesté
Nada más- volvió a preguntar
Es lo que hemos visto- le dijo Pablo
Entonces yo me acordé de que las perras por lo que fuera no entraban bien al barranco y que a mi me dió mal olor cuando venía dando la vuelta, pero pensé que era más consecuencia de la mala digestión de los cubatas que de otra cosa.
Al decírselo, el tío se echó para detrás la gorra y empezó a rascarse la frente y nos dijo: chavales preparaos que ahora viene lo bueno, dejad aquí los morrales.
Lo que había, ¿que era un jabalí?- interrumpió bruscamente Ramiro el amigo de Pablo
Déjame que termine- contesto Pachón molesto por la interrupción.
Total que dejamos los morrales en un majano de piedra y nos volvimos como de mano. Antes de llegar a la zona honda del barranco, el tío nos dió unos cartuchos de postas y nos advirtió: ¡Mucho cuidado con los rebotes!, ¡apuntad bien y a ver si hacemos chorizos!
El barranco al fondo había entonces y sigue habiendo una zarza de unos 4-5 metros cuadrados, yo iba subiendo por la zona de la izquierda, Pablo al otro lado y mi tío por el medio se iba aguantando para no llegar el primero y quedarse en medio. Al llegar a la zona de la zarza, me llego un olor fuerte y se lo dije a mi tío: “tío aquí
a marrano”. Una de las perras hizo por entrar pero no se atrevía, se acercaba con los pelos del lomo de punta y se volvía, hay que decir que en esa época ver aquí un gorrino era casi un milagro, total que me dijo mi tío: “pégale un tiro a la zarza a ver qué pasa”.
Fue retumbar mi primer tiro y una bestia con pelo salió de la zarza, Pablo al salir le repitió y mi tío, tuvo que recortarle como si fuera un Miura y a la que pasaba le tiró también, todo esto ocurrió delante de nuestros ojos en segundos. El gorrino salió por lo sucio de la cañada y en un principio no lo vimos. Rápido cargamos las escopetas y entre que no nos habíamos visto en otra como esta y que todo ocurrió tan deprisa estuvimos un ratillo los tres parados sin hablar. El tío entonces tomó la iniciativa y nos dió la orden de volver la mano al revés diciendo: “ a ver si ahora el Pachón –refiriéndose a mi- lo pone otra vez cogiéndole el rastro”.
Volvimos de manera más lenta por precaución, sinceramente yo estaba un poco acojonado, porque lo de verte de cerca con un gorrino no era algo normal.
Recorrimos unos 50 metros y cortamos un reguero de sangre, el terreno es de esparteras y la sangre era de rojo vivo a media altura, de nuevo empezó a oler un poco fuerte y se lo dije a mi tío, quien con el dedo en los labios me dijo que me callara, seguimos y de pronto vi como mi tío se encaraba la de de dos ojos y sentí un “tiro soterrao”. Al que acudimos Pablo y yo como dos podenquetes a los que les matas un conejo a la carrera.
Nos quedamos los tres de pie alrededor del gorrino. Era un guarro de unos 80kg, el lomo le blanqueaba a la altura de los hombros y por la cabeza le corría un hilillo de sangre del tiro de remate último.
¿tenía buena boca?- le preguntó Ramiro, como con prisa por saber el final de la historia.
Buena boca, para estos tiempos no, pero para aquel entonces nos pareció cojonuda. Le quitamos las tripas, lo echamos detrás en el Land Rover y lo trajimos para aviar la carne, nos hicimos una foto antes-siguió contando Pachón sin mostrar interés por el trofeo del jabalí y señalando con su recio dedo índice una foto en blanco y negro colgada de la blanca pared.
Al descuartizar entre la piel tenía plomos de cartucho, me imagino que a algún cazador le tuvo que dar un susto.
Hicimos chorizos y salón, ¿sabéis lo qué es?-preguntó Pachón intuyendo que sus contertulios ni lo sabían, ni lo habían probado