Magnífico el fin de semana montero que constituyó mi inicio particular de la temporada 2012-2013 y que de nuevo me condujo a tierras extremeñas. Completo y variado, con una cita el sábado 13 en nuestra querida sierra de San Pedro y, como colofón, la primera de abono de nuestra Peña en el Tajo internacional el domingo 14. Aunque con una semana de retraso, si os parece, comparto las crónicas con vosotros. Perdonadme por la gran extensión de las mismas.
Sábado 13 de octubre. San Román.
Mi primera salida al campo me llegó de manera inesperada cuando un buen amigo me pidió que le acompañara a su habitual cita en San Román, que otro año más llegaba de la mano de Puebla y Estéllez. La particular situación personal que vivo hizo que hasta última hora mi asistencia estuviera en el aire, pero finalmente pude acudir a la cita tras un viaje relámpago, abandonando Madrid tan solo unas pocas horas antes del sorteo. Realicé el trayecto de noche, muy cómodamente, y llegué a mi destino con bastante antelación. Los últimos kilómetros los realicé coincidiendo con el amanecer, pausadamente, disfrutando de un monte que gracias a las últimas lluvias y la benevolencia de las temperaturas empieza a llenarse de un manto verde que es sinónimo de vida. ¡Qué agradecido es el campo y más el extremeño!
Llegado al punto de encuentro, me alegró volver a ver muchas caras conocidas y embeberme de nuevo en un desayuno montero alrededor de un café, las para mí inexcusables migas (combustible idóneo para la jornada en el monte que espera) y los inevitables chascarrillos que alegran el ánimo y provocan las primeras carcajadas de la temporada y alejan parcialmente mis fantasmas.
La suerte había establecido su veredicto ya la víspera: 3 de la barrera de San Román. Siempre he dicho que el mejor puesto es aquel que te da el destino y como tal hay que aceptar siempre de buena gana el resultado de los sorteos sin prejuzgar a priori las posturas. El campo dictará su sentencia (tanto colectiva como individual) y la conoceremos definitivamente a la hora de la comida. Ubiqué en el plano la armada, las sueltas y los presumibles movimientos de reses y continué con mi desayuno.
Llegado el momento, nos ponemos en camino y para no afectar a la mancha a cazar seguimos un itinerario que circunvala la finca antes de llegar a nuestro destino. Agradecí el trayecto porque me permitió una agradable conversación y volver a divisar una serie de fincas que ya forman parte de mi historia personal y en las que he consumido tan buenas jornadas. Por fin, llegamos a nuestra armada. Abandonamos los coches y caminamos por un carril ensanchado que avanza en una suave pendiente marcando la frontera entre nuestra mancha y la finca lindera. Los puestos son de cortadero. Desde nuestro puesto, el 3 de la armada, frente a nuestra tablilla, la mancha a batir. A ambos lados, el camino (ancho como para permitir incluso la presencia de arbolado) y los puestos que nos flanquean. Finalmente, a nuestra espalda, una malla ganadera que limita el monte vecino, jaral y monte variado. Nos situamos en el lado del cortadero más cercano a nuestra mancha. Los perros avanzarán en nuestra dirección y moverán la caza hacia nosotros, por lo que tendremos que esperar a que rompa en nuestro puesto y cuando trate de perderse en la finca vecina, “a toro pasado”, ejecutar el lance con seguridad para perros y perreros y para nuestros vecinos monteros. Nuestra visión de la mancha es limitada, apenas unas decenas de metros que dan paso a un cambio de rasante que se pierde en un mar de jaras y arbolado que lo engulle todo. Decididamente, un puesto para cazar de oído y esperar sigilosamente a que la caza quiera cumplir por allí. Paciencia y quietud son la prescripción y así obramos. Magnífico día: despejado y soleado, con temperaturas muy agradables.
Antes de que se produzca la suelta ya comienza el recital de tiros. Homogéneamente distribuidos, poco a poco van concentrándose en los escapes de la sierra. Casi de inmediato nos damos cuenta de que aireamos a la mancha. El viento, racheado y variable al principio, termina por establecerse en nuestra contra como se obstina en indicarnos el plástico que marca nuestro puesto. Pintan bastos, por lo que todas nuestras opciones se concentran ahora en el trabajo de los perros que deben dirigir hacia nosotros la caza, que consciente de nuestra presencia se tiene que ver empujada a nuestra armada.
Va avanzando la jornada y varias carreras apresuradas nos llegan perfectamente audibles desde el mar de jaras, sin que se pueda apreciar visualmente ninguna res. Por un resquicio del monte, mi compañero divisa un nutrido grupo de reses (aproximadamente 50 individuos), muy alejadas (>1000 m) que esperan estáticas, en tensa calma, el devenir de los acontecimientos. Con la disposición de las traviesas, se incrementa el tiroteo, indefectiblemente dirigido a los escapes de las zonas más altas. Nosotros seguimos esperando nuestra oportunidad. Pronto, el grupo de reses del interior de la mancha ya ha desaparecido de nuestra vista y se ha puesto en movimiento. El sonido de los disparos lo inunda todo coincidiendo con los primeros ladridos de las sueltas. Escuchamos tropeles de reses rompiendo el monte en su alocado huir, moviéndose paralelas a la línea que forma nuestra armada. Ese sonido nos mantiene alerta. Bastan miradas y pequeños gestos dirigidos al interior de la mancha para mantener la tensión ante la inminencia de un lance. El pulso se dispara por momentos a cada ruido premonitorio aunque terminan todos quedándose en falsas alarmas.
Súbitamente, frente a nuestros puestos vecinos 1 y 2, paralelos a la línea de monte, pasan varios “trenes de mercancías” (a juzgar por el ruido). No los vemos, pero tropeles de reses se ponen a tiro de nuestros compañeros que inician un concierto de detonaciones. Nuestro vecino del puesto número 4 dispara al poco tiempo hacia el interior de la mancha. Por nuestro puesto, sin embargo, nada decide romper. La cosa se anima. Los lances se van sucediendo en nuestra armada.
Por fin, la mancha nos envía un regalo. El mar de jara se mueve mostrando una trayectoria dirigida de lleno hacia nosotros. Esperamos llenos de tensión, pero lo que emerge es un vareto que al asomarse al camino y detectarnos decide volver a la mancha. A continuación, una hembra remonta el camino, pasando a escasos metros de nosotros, que la observamos impertérritos. Al poco, otro momento de emoción que termina con una cierva y su talluda cría emergiendo de la espesura. La hembra se pierde en la finca lindera, pero la cría, agotada por la carrera, choca con la malla y nos dedica varios minutos de torpes intentos tratando de escapar al otro lado. Un perro llega al poco y se dirige hacia ella, que forzada entonces por las circunstancias, acierta a pasar al otro lado justo cuando el can llegaba a su altura y logra escapar in extremis. El perro repite la torpe maniobra de su perseguida y durante minutos choca contra la malla hasta que logra pasar por un resquicio al otro lado, perdiéndose en la finca ajena. Mientras tanto, las demás armadas continúan su frenético tiroteo. Nuestros vecinos del 1, 2 y 4 repiten lances.
La montería se va consumiendo mientras el paso de otro vareto y algunas hembras nos entretienen. Llegan por fin los perros y se reúnen alrededor de nuestro puesto, esperando a su guía que pronto llega. Magnífico el trabajo de los canes de la rehala de “El Portón”, al César lo que le corresponde. El viaje de vuelta de las rehalas ya no nos deparó ningún dividendo, dejando transcurrir la última parte de la jornada charlando animadamente hasta que la llegada del postor nos indica que el baile ha llegado definitivamente a su fin.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Excelente el cátering, degustado en un ambiente distendido y con climatología primaveral. Recupero el apetito y devoro ávidamente las viandas. El plantel de reses nos deparó después una treintena de venados (media docena de trofeos destacables) y el habitual aderezo de hembras, un resultado global satisfactorio y tanto el nivel organizativo como el buen ambiente entre los monteros brillaron a gran altura.
Termino la
reentre montera con buen sabor de boca. Por supuesto que ese día cazamos aunque no tuviéramos lances. Nuestra función fue airear la mancha para que otros tuvieran sus oportunidades. Eso sí, el maleficio continúa cebándose con el tándem que formamos mi compañero de andanzas y yo. Nuevamente la jornada conjunta se saldó sin fortuna particular. Mira que hemos compartido puestos… ¡y todavía no hemos tenido ni un solo lance! Habremos de insistir un poco más para tratar de desvanecer la maldición. Ya llegarán otras oportunidades. Todavía nos quedan muchas citas por delante.
Domingo 14 de octubre. Cuadrillas de montesinos.Por fin el reencuentro con mis compañeros de Peña, nuestro cuartel general en la Tora, el sorteo, la cena y nuestra barra particular, el barracón y la fiesta hasta altas horas de la madrugada. Hoy iniciamos nuestra nueva andadura con ilusiones renovadas y las mejores expectativas. Echamos de menos a los que no pueden estar con nosotros y damos la bienvenida a los nuevos socios (¡qué grandes fichajes!).
La suerte me cita el domingo con el 4 del camino de Santiago. Traviesa. En mitad de la mancha a batir, donde confluirán las rehalas, la armada más querenciosa. ¿Guiño del destino? Ya lo anticipé antes: el campo nos lo dirá mañana a la hora de la comida. Vista la ubicación del puesto sobre el plano, no logro reprimir una leve sonrisa. Tendré de vecinos en el 3 a Joselito y en el 5 a Sabattico. Garantía de señorío y buen hacer montero. Me siento más tranquilo que teniendo mi dinero en Bankia. De nuevo recupero la sonrisa recordando una similar disposición hace dos años en la Moheda de Zalduendo. ¡Qué buena jornada! Espero que la repitamos.
Amanece para mí mucho antes de que el despertador haga su trabajo. Pocas horas de sueño, pero reponedoras. Rápidamente, agilizo los preparativos, disfruto de las magníficas migas y a la hora convenida se pone en movimiento la comitiva Temerón, llegando al punto de encuentro (¡Señoresssssss, nos vamos!!!!) y poco después a la finca, donde se va dando ordenadamente salida a las armadas. Por fin, en último lugar, nos toca el turno. Concentrados en pocos coches, nuestra armada se configura a lo largo de un camino que serpentea en el corazón de la mancha. Durante el trayecto, comenzamos a ver pepas y los primeros venados que nos ilustran que la mancha se ha cerrado bien y que dentro se han quedado muchas reses. Día nuboso, amenazante de lluvia y con un viento cambiante y desapacible.
Poco a poco, los monteros se van situando hasta que me llega el turno. El camino asciende superando un suave desnivel. Poco antes de coronar, aparece mi puesto, marcado por una tablilla sobre un chaparro. Está situado en una pequeña meseta que domina un tiradero limitado delante, a su derecha y detrás (unos 70 m aproximadamente antes de que cambie la rasante y solo vea detrás cielo y parte de monte) y a la izquierda la caída del carril que nos ha traído. En la base del camino que hemos remontado aparece un vallejo ancho y querencioso (a juzgar por las múltiples pisadas de cervuno) y siguiéndolo, en la parte en la que el carril inicia de nuevo la ascensión desandando el camino recorrido, se sitúa el puesto 3 que ocupa Joselito, alineado con el mío y distanciado en unos 300 m. El puesto 5 de Sabattico está oculto a mi vista y se sitúa en el camino que pierdo a la derecha, al otro lado de la ladera, aprovechando la orografía del terreno.
El puesto
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Tiradero frente a mí
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Tiradero a mi espalda
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Lateral de mi puesto. Al fondo, el vallejo querencioso y más allá el puesto número 3 (¿Véis al primo Carmona con su primer venado abatido a sus pies?)
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Antes de que me haya equipado, un tropel de hembras pasa por el vallejo perdiéndose hacia los cierres. Ya están moviéndose las reses pese a que los perros todavía aguardan en sus remolques. Este movimiento sirve, sin embargo, para que me de cuenta de que la querencia, como ya intuía, dirige el escape de las reses al vallejo y que la zona en la que mejor diviso el paso de la caza se sitúa en línea con mi compañero José que ocupa el 3. Un rápido análisis me lleva a la conclusión de que allí no podré tener lance si quiero garantizar su seguridad. Los acontecimientos corroboran mi apreciación: dos hembras cortan en ese momento el carril por el vallejo que domino seguidas por un venado ocupando el “furgón de cola”. No hago ni siquiera el amago de encarar y el animal se pierde por el vallejo. Evidentemente, mi puesto me condiciona a limitarme a las reses que se escurran furtivamente fuera del querencioso vallejo o las que empujen hacia mí directamente los perros.
Mientras estoy concentrado en tales tribulaciones, Joselito comienza su particular espectáculo. Una detonación resuena súbitamente y le veo encarando el rifle para asistir a cómo un venado llega a la carrera y tropieza, se trastabilla y termina por caer inerte a los mismos pies del montero ante una nube de polvo. Primer lance, primer abatimiento. ¡Buen estreno de tu renovado Sako, Jose! ¡Menudo lance, espectacuuuuularrrrrr!
No llevamos ni diez minutos en la armada y ya se suceden los lances en la misma y los cierres remotos. Una pequeña pelota en la que distingo varios machos cruza por el vallejo a la carrera. En paralelo, otro macho se aproxima al puesto 3 de Jose. Lo pierdo de vista, pero escucho perfectamente el disparo de mi vecino. ¡Otro lance más! Espero que también con fortuna.
Me concentro en mi propio destino. Se han debido producir las sueltas porque ya se escuchan remotos los ladridos. Intuyo a los perros iniciando alocadas carreras tras los rastros hacia el interior de la mancha. Ladridos cada vez más cercanos mantienen mi atención mientras el viento, más intenso y racheado ahora, dificulta la percepción de las ladras. Estoy atento a una ladra proveniente de mi espalda cuando giro levemente la cabeza para controlar mi otro tiradero. La adrenalina repentinamente se encarga de acelerar mi pulso, tensar mis músculos y despejar mi mente. Parado, mirándome fijamente, ofreciéndome su mejor perfil, se encuentra un venado. Apenas unos 50 m lo separan de mí. Solo acierto a recordar el buen porte de su cuerna, su grueso corpachón y un mentón y cuello marrones mientras me observa en lo que yo creí entonces una mirada desafiante. Lo que sucede a continuación es instintivo: encaro, apunto buscando el codillo y un disparo resuena mientras el animal tensa los músculos, se encoge e inicia una carrera buscando el escape.
Mi tiro ha errado su destino y el animal, entero, corre raudo buscando atravesar el carril y perderse. No soy consciente del acto, pero una vaina vacía y ligeramente humeante vuela a mi derecha mientras un nuevo cartucho encuentra acomodo en la recámara. Cuatro movimientos que vuelven a ofrecerme una última opción. El animal, mientras, avanza rápidamente. Encaro el rifle buscándolo. La retícula del visor se fija de nuevo en ese corpachón, pero ahora no se precipita ningún tiro. Lo sigue mientras atraviesa el carril y se adentra en el tiradero a mi espalda, donde no existe riesgo para mi vecino. Escasos segundos se ralentizan ahora en mi mente para rememorar paso a paso, como si de una escena a cámara lenta se tratara, la última carrera del animal. Tacto, vista, olfato y emociones se fusionan mientras vuelvo a experimentar nítidamente el lance. Revivo cómo el gatillo se acciona, cómo un ligero retroceso retira mi cara del animal y cómo el venado acusa el impacto y cae dando una voltereta que eleva al cielo una nube de polvo mientras sus patas quedan hacia arriba para volver a caer al suelo. Ahí está, inerte, frente a mí.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]La lluvia, amenazante todo el día, se decide a aparecer. Busco cobijo bajo el chaparro de mi tablilla y allí observo cómo hembras sigilosas se escurren por mi puesto. A unos 70 metros de mi posición, la muerte sorprende súbitamente a una de ellas. Más allá, por el querencioso vallejo, se van moviendo grupos de ciervas buscando escape. En una de estas huidas, un venado acompaña a un par de hembras. Dejo que pasen el vallejo y cuando se alejan remontando un pequeño promontorio pruebo suerte para comprobar que el proyectil impacta en los pies del animal, que no para su alocada carrera. ¡Agua!
Poco más depara la jornada. Espero pacientemente el paso del tiempo mientras las detonaciones se suceden cada vez más esporádicamente. Finalmente, escucho el inconfundible sonido de un TT avanzando de vuelta y doy por definitivamente concluida la montería. Acudo al venado para marcarlo y comprobar que es un animal de buen porte. Muy bueno, diría yo. Un importante aliciente para seguir manteniendo la ilusión.
Llegan mis compañeros. Jim se acerca y me pide que mire uno de los venados que, abatido por él y en el remolque de los postores, tiene un leve rasguño en el lomo, como si una bala hubiera lamido su corpachón. Se apresura a decirme que, si disparé sobre él, es mío y tengo derecho a reclamarlo. Gesto de señorío que define al compañero. Por supuesto, ese venado decorará pronto la casa de Jaime, a quien pertenece sin género alguno de dudas.
Comida reparadora (de nuevo, excelente el cátering) y visita después al plantel de reses para comprobar que Cuadrillas de montesinos ha cumplido dándonos 22 venados (varios destacables, entre ellos algunos de bastante buen porte) y 2 cochinos. Se comenta que los resultados pudieron haberse incrementado de haber estado más acertados (particularmente en el capítulo cochinero). En cualquier caso, una jornada tranuquila, sin sobresaltos, de caza entre amigos, de nuevo con la solvencia organizativa y el buen hacer profesional de la familia Higuero y su equipo. Magnífica las sensaciones que emanan los nuevos socios, ya unos más de nuestra familia montera.
Inicio pronto el regreso. Encaminando de nuevo la A-5 paso como es habitual por el macizo de Gredos que me ve regresar hoy, y como en todas las ocasiones anteriores, satisfecho de haber estado CAZANDO con mi Peña, más allá de los resultados individuales. Pronto, el atasco y un gran chaparrón a la entrada de la ciudad me devuelven a la realidad. Comienza otra semana en la urbe. Espero veros de nuevo el día 1. Tenemos cita en las Corchuelas.
PD: Dedicado con afecto a D. José Ramón Sanmartín, “El Navajo”, socio de Honor de la Peña de Monteros Temerón. Se te echó de menos, Joserra.